dimarts, 15 d’abril del 2014

MICRORELATS DE MARÇ / MICRORRELATOS DE MARZO (1)




*El blog de la La Microbiblioteca fa vacances, tornem el 22 d'abril.



Publiquem els microrelats que van arribar a les deliberacions finals en la categoria en castellà de la convocatòria de març.

Recordem que els microrelats concursants publicats al blog s'inclouran en una publicació en paper que recollirà aquells textos guanyadors i finalistes de cada categoria de totes les convocatòries mensuals.






*El blog de la La Microbiblioteca estará de vacaciones, volvemos el 22 de abril.

Publicamos los microrrelatos que llegaron a las deliberaciones finales en la categoría en castellano de la convocatoria de marzo.

Recordamos que los microrrelatos concursantes publicados en el blog se incluirán en una publicación en papel que recogerá aquellos textos ganadores y finalistas de cada categoría de todas las convocatorias mensuales.






Aquel año

Estaba siendo una estación inusual. Casi a las puertas del invierno, la humedad y el calor tenían asfixiados a los habitantes de Celantes. Fue la primera vez que celebraron la Fiesta patronal al aire libre. El cura se santiguaba pensando en lo poco acertado de la película, mientras "Fuego en el cuerpo" se proyectaba en la gran tela blanca, y muchas madres se llevaban de allí a sus hijos. Cuando comenzó la verbena el calor era tan insoportable que los hombres se quitaron las camisas y las mujeres se movían sus faldas en un vano intento de refrescarse.
Nada se comentó en las tertulias, nadie se confesó, no se habló de ello en la peluquería. Pese a los muchos años que no lo conseguía, la Paca parió a su tiempo un precioso niño, el panadero descubrió que estaba loco por la lechera, y su mujer y el boticario desaparecieron esa noche. Tampoco la escultura de la Santa amaneció en su pedestal.

Esther Cuesta de la Cal
Barakaldo (Bizkaia)







Tardanza

El espejo de su cuarto reflejaba intermitente el letrero luminoso en el que una mujer, de labios rojos y carnosos, anunciaba cigarrillos.
Había esperado todo el fin de semana a que el viejo teléfono gris timbrara con un resquicio de esperanza.
El reloj marcaba en silencio los largos minutos, y un aire frío se colaba por la ventana entreabierta.
Avanzó decidida al salón y volvió con una silla. La colocó en la mitad de la habitación y se despojó de los zapatos.
No pudo escuchar los pasos en la escalera, tampoco la llave en la cerradura. Cuando él entró, en el espejo se reflejaba una mujer descalza colgando de una cuerda.
En el letrero seguían parpadeando las volutas de humo y neón.

Antonia García Lago
Barberà del Vallès (Barcelona)








*Migdiada / Siesta de John Singer Sargent (1905).


El horror en las siestas

Era desgarrador oír cómo les pegaban a esos niños. Era insufrible despertarse de la siesta oyendo los cachetazos y los gritos. Más terrible aún era la angustia de no saber qué hacer en pos de que la situación se solucionara de una vez: si hablar con mi vecino e intentar convencerlo por las buenas o si recurrir directamente a la policía. Por otra parte, ante cualquiera de las dos alternativas, temía por mi integridad: si era así de violento con sus hijos por qué no iba a serlo con su vecino, mucho más viejo y menos vigoroso que él.
Al fin, tomé coraje y hablé con mi vecino. Él entendió mi planteo y hasta se mostró agradecido de que hubiera ido a hablarle, de que le hubiera mostrado alternativas que él no consideraba hasta el momento.
Ahora me siento en paz: desde aquél día en que conversamos, mi vecino ya no les pega a sus hijos en las siestas, sino por las mañanas, mientras yo trabajo. Y, según me ha comentado mi esposa, cuando lo hace pone la música tan fuerte que casi ni se oye el lío.

Leonardo Dolengiewich
Mendoza (Argentina)









Selección

Ocurre en los peores meses de verano. Cuando la tierra se agrieta y zumban las moscas, enloquecidas por el calor que pesa como mercurio y abotarga la vida. Un silbido que brota bajito en lo alto de las lomas que rodean las casas, y baja las laderas hasta entrar ensordecedor en las calles. Y después de invadir todo el pueblo, cesa de repente llevándose consigo un puñadito de niños famélicos. El tiempo los borra de la memoria de los habitantes del lugar. Contentas con el milagro que les da más comida para repartir en la mesa, sus madres también los olvidan. Como si nunca hubieran existido.

Lola Sanabria
Madrid








Matando el tiempo

Las cincuenta ruedas del mercancías lo han dejado convertido en un amasijo de vidrio y metal de forma circular, en cuyo interior aún se distinguen las saetas detenidas a las seis y once.
Ambos se lo quedan contemplando con expresión aburrida, antes de retirarlo con unas tenacillas y meterlo en una bolsa de plástico. Desde hace varios meses, algunas tardes a la salida del colegio se acercan hasta la antigua estación y depositan los objetos sobre los raíles. Al viejo reloj del bisabuelo lo han precedido varias monedas doradas que su padre tiene repetidas, así como una docena de cubiertos de plata que nunca han visto puestos sobre la mesa. De regreso a casa, tras un denso silencio el mayor sugiere: "¿Y si probamos con algo vivo?". Al pequeño se le ilumina la cara.

Joaquín Valls Arnau
Barcelona