dilluns, 16 de novembre del 2015

MICRORELATS D'OCTUBRE / MICRORRELATOS DE OCTUBRE (2)




Publiquem els microrelats que van arribar a les deliberacions finals en la categoria en castellà de la convocatòria d'octubre.

Recordem que els microrelats concursants publicats al blog s'inclouran en una publicació en paper que recollirà aquells textos guanyadors i finalistes de cada categoria de totes les convocatòries mensuals.







Publicamos los microrrelatos que llegaron a las deliberaciones finales en la categoría en castellano de la convocatoria de octubre.


Recordamos que los microrrelatos concursantes publicados en el blog se incluirán en una publicación en papel que recogerá aquellos textos ganadores y finalistas de cada categoría de todas las convocatorias mensuales.











Compás de espera

Algo se incendió cuando el reloj paró. Después de dos semanas una leve llama sigue encendida. Nunca tendremos la serenidad de apagarla. Cerramos puertas y ventanas. No queremos viento ni miradas frías. Nos hemos mudado todos al pasillo y nos turnamos para vigilar la llama. 
El encierro nos está matando.


Sergio Astorga
Porto (Portugal)












Km. 69

Aunque hace rato que su mujer y su suegra se lo vienen repitiendo, el conductor del monovolumen no tiene la impresión de haberse perdido, a pesar de que no ve señales que anuncien la feria local del mueble usado y antigüedades. Aun así, detiene el coche frente a un solitario bar de carretera y pide un poco de paciencia, mientras se entera de la ruta a seguir.
En el bar, oscuro como el vientre de una ballena, una camarera exuberante le indica que retroceda hasta la tercera rotonda y que allí gire a la derecha en dirección al polígono industrial. El hombre comenta que nunca antes había pasado por aquí y que ha tenido mucha suerte de hallar un local abierto a estas horas. La chica le informa de que siempre tienen abierto y de que aceptan todo tipo de tarjetas de crédito. El hombre confiesa que con gusto se tomaba una copa ahora mismo, pero que lleva a su esposa y a su madre política a pasar el día fuera de casa. Ella le entrega entonces una tarjeta, que él guarda en su cartera, y le invita a volver sin prisas cuando quiera ver realizadas todas sus fantasías.
“Me he perdido pero vamos bien” –admite finalmente, de regreso con los suyos, al tensar de nuevo el cinturón de seguridad.


Pedro Herrero Amorós
Castellar del Vallès (Barcelona)











*Jorge Luis Borges, de Beti Alonso (2011).



Cartaphilus

Como un bello pero enigmático teorema, el universo por respuesta. Al Hombre le había sido borrada de la pizarra la pregunta, la cuestión primera. Descubrir qué había detrás del escenario parecía una quimera. Contempló la inmensidad de todo cuanto le rodeaba. -¿A qué vinimos aquí? -se preguntó. Y asomándose entre sus laberintos, sus tigres, sus espejos y sus sueños aquel que leía con la punta de los dedos le señaló donde debía detener para siempre la mirada, con qué podía apresar esa vida que se escapa, el punto donde convergen todos los puntos: la palabra. Por los siglos legada.


Josefina Maymó i Puig
Alella (Barcelona)










*Fotografia de Marcelo Martínez Berger.



La herencia del pescador

La canoa de Sánchez apareció amarrada donde siempre, sólo que vacía.
A media mañana lo encontraron muy cerca, yaciendo en el lecho fangoso del Coronda. Una piedra atada al cuello le impedía buscar la superficie.

No fue difícil adivinar los motivos: la pesca era escasa, la paga era
mala, la chinita le había endosado un nieto de autor desconocido. Para colmo de males su tercera mujer, briosa y joven, a cada rato se le iba con cualquiera. Todo ese peso cargaba la piedra que hundió a Sánchez en el fondo barroso de su río. Y como estaba bien abajo y ya no la necesitaba, los hijos y las sucesivas concubinas se disputaron a muerte su casa.
Solo el Moncho, calladito, supo aprovechar la inesperada bendición: en el espinel abandonado abundan ahora los surubíes, amarillos y moncholos que Sánchez ahuyentaba con su pena.



Mónica María Brasca
Santa Fe (Argentina)











Palabra de muerte

Después de hacerlo prisionero en el sótano, mató al invitado. A pesar del acuerdo, del refugio incondicional que le había prometido. Las muertes incontables, tantos crímenes y huidas, parecían difuminarse bajo el peso de aquel cuerpo inerte. Su promesa, por qué tuvo que hacerla. Tal vez, demasiado poeta para tratarse de un asesino: en los ojos de sus infinitos niños de probeta sólo buscaba abrazar el mar.
Le concedió el océano, la voluntad de perderse en un baño último. Y aun así Wolfram Bossert no tembló al dar muerte a aquel huésped con el que había entablado tan honda amistad.
En las aguas calmas de una playa brasileña, dejaría hundirse aquel cadáver.
Ya inofensivo, como un triste ángel.
Como el gemelo imposible de Mengele.


Raquel Vázquez
Betanzos (A Coruña)