dilluns, 16 d’abril del 2018

MICRORELATS DE MARÇ / MICRORRELATOS DE MARZO (1)





Publiquem els microrelats que van arribar a les deliberacions finals en la categoria en castellà de la convocatòria de març.

Recordem que els microrelats concursants publicats al blog s'inclouran en una publicació en paper que recollirà aquells textos guanyadors i finalistes de cada categoria de totes les convocatòries mensuals.







Publicamos los microrrelatos que llegaron a las deliberaciones finales en la categoría en castellano de la convocatoria de marzo.

Recordamos que los microrrelatos concursantes publicados en el blog se incluirán en una publicación en papel que recogerá aquellos textos ganadores y finalistas de cada categoría de todas las convocatorias mensuales.








Condolencias y otras frases al uso

En los años veinte, en pleno reinado de Al Capone, algunos meritorios del Instituto de Estadística de Chicago se presentaban en cada velatorio y grababan lo primero que escuchaba la persona más cercana a los fallecidos por arma de fuego (principalmente la viuda o madre). Las frases más frecuentes se dispusieron usando el método de la campana de Gauss:

• Lo siento.
• Lo siento mucho.
• Siempre se van los mejores.
• Tenemos que quedar un día de estos.
• Una pena, querida, tan cerca de la jubilación...
• Ya hablaremos cuando los de la grabadora se hayan ido.
• ¿Podría decirme dónde queda el aseo, por favor?
• Llámeme si piensa en vender la casa.
• Tiene un salón precioso.
• Fuimos nosotros.
• ¿A que duele?

Asier Susaeta Diez de Baldeón
Vitoria-Gasteiz (Araba)













Invfierno

En los armarios las polillas roen las cuerdas de la balalaika, la humedad pudre los abrigos de piel de zorro y el moho verdea las botas de nieve. Afuera, un torrente de lluvia monzónica se desliza sobre el tejado de la dacha, día sí, día no, desde hace meses. Al calor de la estepa encharcada han florecido amapolas rojas entre los esqueletos de los extintos osos polares y nubes de mosquitos zumban, de la mañana a la noche, sobre el óxido de los trineos inservibles.
Aún seguimos sin noticias del sur.

Carmen de la Rosa
Los Campitos (Santa Cruz de Tenerife)













Un pasado común

Hace un momento me he hecho pasar por otro. Ha sido en una librería cerca de casa. Hojeaba un mamotreto de estampas mejicanas cuando una mujer pronunció mi nombre con sorprendida cautela. Cohibido, le dije que no la conocía de nada. La mujer insistió. Al oír el apellido del tipo con quien me confundía vi que aquello era un error. No supe aliviar su incredulidad, y, tras disculparse, sus piernas se perdieron entre las mesas. Tres páginas después volvió y me exigió un documento que aclarase mi verdadero nombre. Como carezco de pereza burocrática, le confesé que no llevaba ninguno encima. Soslayé su mohín de arisco estupor e intenté trabar conversación con vista a amables peripecias futuras. Sigues siendo un embustero, dijo de pronto, y me estampó un sonoro sopapo. Como un amante humillado la tomé del brazo, la atraje con fuerza hacia mí y sellé sus labios con un beso atónito, anhelante, estremecido. Alguien disfrutaría de la escena a su sabor. Se despidió convencida de que la engañaba. La observé salir de la librería y pensé que aquella desconocida tenía razón. Soy incorregible. Debería abandonar cuanto antes esta manía de inventarme a todas horas identidades falsas.


Eloi Lunex
Barcelona










El sonido de San Juan

Aquella tarde, después de visitar al doctor, mamá estuvo llorando y papá me arropó dos horas antes de lo habitual. No comprendí el porqué hasta meses después.

Una semana más tarde llegué a la escuela muy feliz con las gafas nuevas que había escogido con la tía Carmen. Aunque creo que dejaron de funcionar después de un tiempo ¿estarían rotas? Volvimos a la clínica, últimamente íbamos mucho. Los fines de semana mis padres me llevaban a museos, al cine o a excursiones por la montaña. Y me leían ellos los libros antes de dormir, cosa que no entendí, porque meses atrás se habían empeñado en que leyera yo sola. Dos días después fuimos al hospital, y mamá volvió a llorar.

La noche de San Juan, papá me llevo a la azotea para ver los fuegos artificiales, como hacíamos año tras año. Me preguntó si me gustaban y yo contesté que sí. Mentí. Ni siquiera los veía.


Daniela Anglada Cadenas
Barcelona