«Voy a empezar contigo el desayuno»
Las ensaimadas de ayer nos
salieron endecasílabas y se nos acabaron al poco de ponerlas a la venta. Se las
llevaban en bolsas de ocho —«Póngame una octava real», decían algunos—, cuando
no de catorce en catorce —«Separadas en estrofas, por favor»—. Muchos hasta
aprovechaban para soltar bromas como «Estas me las manda comprar Violante, pero
me las pienso comer yo», o bien, «Ay, qué pena, si hubiese también heptasílabas
me llevaba una lira o dos». Aunque breve, la cosa resultó divertida, lo
bastante como para que hoy tuviéramos muy altas las expectativas. El que nos
hayan salido octosílabas parecía que iba a dar mucho juego. Así se lo hemos
hecho saber a la larga cola de clientes que había nada más abrir la panadería.
Nadie podía pensar que el primero, entre abucheos del resto, se las habría de
llevar todas en un romance.
Enrique Mochón Romera
Puerto Sagunto (Valencia)
Matías, gran reserva
Matías nació tarde. El número de
serie del óvulo del que procedía señalaba el 1900 como año de concepción. Por
una extravagancia genética, se saltó una generación hasta que su madre, que en
condiciones normales hubiera sido su hija, lo tuvo varios años después sin
haber conocido varón, hecho con solo un precedente bíblico. Cuando vino al
mundo sabía hablar, leer y escribir. En el colegio obtuvo magníficas notas
menos en Historia. Corregía a su profesor cada vez que hablaba de la primera
mitad del siglo XX, y este se vengó haciéndole repetir la asignatura. Al acabar
sus estudios se hizo famoso al publicar La auténtica historia del siglo XX,
donde revelaba la verdad sobre aquella época con todo tipo de detalles. Desde
entonces vivió de las ganancias de su obra. Aunque era joven, vestía con ropas
de otros tiempos y usaba un vocabulario pasado de moda. La gente sospechaba que
el éxito lo había convertido en un excéntrico; y se convenció el día en que
murió su abuelo. Se presentó en el velatorio con un anillo y pidió matrimonio a
su abuela. Se casaron a la mañana siguiente y se fueron, bajo la mirada
inquisidora del resto de la familia, a recuperar el tiempo perdido.
Pablo Núñez
Sevilla
La conjura de los necios
Entre el panadero y el dueño de
la pescadería lo apresaron en un monte próximo. Exhibieron ante él varios
clavos, un martillo enorme y una gran cruz de madera, que le obligaron a
cargar.
Dieron por hecho que hablaría
antes de la tortura y que no sería preciso emplearse a fondo; pero ni el
trenzado de espinas sobre su cabeza, después de crucificado, ni emborracharlo
con vinagre o hincarle una lanza en las costillas, lograron arrancar su
confesión y aquel desgraciado murió sin revelar ni una pista siquiera del truco
de los panes y los peces.
Esteban Torres Sagra
Úbeda (Jaén)
La octava esfera
La sirvienta agarra por el cuello
al viejo millonario inválido. Entre los radios de las ruedas, se adivina el
reflejo de un reloj de oro, una mano masculina escondida tras las cortinas de
raso. El minutero indica directamente a la bocallave de la puerta, por la que
la joven heredera espía la escena mascando chicle. No se percata que, detrás de
ella, le apunta su hermanastro mayor con el cañón de una Beretta, de
incrustaciones en la culata pero sin balas. El primo de ambos, escondido entre
las barandillas de la escalera, sonríe y lo enfoca con el objetivo de su móvil,
mientras en la mansión de enfrente, el vecino, bibliófilo y observador de
estrellas, calibra con su telescopio de precisión la secuencia del saloncito
azul, en el que, de la mano del viejo millonario inválido, caen unos
prismáticos sobre las páginas de un tratado medieval alfonsí.
Antonio Javier Álvarez Linares.
Sevilla
Memorias de un viajero
Antes del despegue, observa por
la ventanilla una última vez. Roza con la derecha el cristal, que le devuelve
una caricia fría. Después parpadea un par de veces, y el rugido de los motores
ahoga sus pensamientos. Solo cuando el avión ha ganado altura acuden a su
memoria las expresiones felices del matrimonio, unos sonrientes jóvenes de no
más de treinta años. Un placer, señor, un placer, repitieron a coro al recibir
las llaves. Estos jóvenes, piensa. Cambiarán esto y aquello, harán planes de
reformas, llenarán la casa de críos. Pero los rosales permanecerán en su lugar;
apostaría por ello.
Con suavidad felina, se recuesta
sobre el respaldo. No tarda en quedarse dormido.
Daniel Loza
San José de la Dormida
(Argentina)