Publiquem els microrelats que van arribar a les deliberacions finals en la categoria en castellà de la convocatòria d'abril.
Recordem que els microrelats concursants publicats al blog s'inclouran en una publicació en paper que recollirà aquells textos guanyadors i finalistes de cada categoria de totes les convocatòries mensuals.
Publicamos los microrrelatos que llegaron a las deliberaciones finales en la categoría en castellano de la convocatoria de abril.
Recordamos que los microrrelatos concursantes publicados en el blog se incluirán en una publicación en papel que recogerá aquellos textos ganadores y finalistas de cada categoría de todas las convocatorias mensuales.
Mareas
De niño siempre veraneábamos en septiembre, un mes, como
solían explicarnos cada año, sin muchedumbres ni calor. Mis padres trabajaban
todo el verano y el día uno salíamos a disfrutar nuestra esperada quincena de
playa. Éramos muchos hijos y resultaba necesario buscar lugares tranquilos
donde gozar del sol y del mar.
Les encantaba plantar la sombrilla muy cerca de la orilla,
cuando la marea estaba baja, y esperar a que subiera. En ocasiones, el agua
comenzaba a cubrir nuestros pies y a anegar esterillas y bolsos. Mi padre
detestaba tener que modificar nuestra posición y, un par de horas después, el
agua nos llegaba al ombligo. Según la época y la fase del ciclo lunar, al final
de la mañana o de la tarde, nos llegaba al cuello o incluso nos cubría la cabeza.
Perdimos a Juanito en el noventa y tres y a Lucía y Miguel
en el noventa y cinco y noventa y seis, respectivamente. Éramos muchos hermanos
y ya estábamos acostumbrados.
Lo que nos cogió por sorpresa fue que, en el noventa y ocho,
tras bajar una marea crecida, el mar nos devolvió a Lucía, sana y salva.
Apareció sentada en su sillita rosa, toda sonriente y cubierta de algas. Tengo
hambre, dijo. Y mi madre le dio un bocadillo.
Salvador Terceño Raposo
Sevilla
Ucronías
Cada mañana la misma zozobra. A su lado en la cama ella dice
ser su mujer. Es rubia y corpulenta, en el cuarto contiguo dos bebés gemelos
lloriquean; es una casa en la montaña, rodeada de lluvia y hierba. Tras un
desayuno extraño, mira a su alrededor y franquea una puerta cualquiera. Sale a
vivir la jornada, que transcurre atestada de sobresaltos. Entra en el día con
angustia y solo desea impaciente que anochezca. Ansioso acelera el momento de
quedarse traspuesto. El mismo sueño de todas las noches le reúne con su esposa
de verdad y su única hija; lo aguardan indulgentes, ya muy acostumbradas.
Intenta dormir despacio para retardar la dicha del encuentro, pero llega el
alba. Se despierta. A su lado esta vez una morena le sonríe envuelta en el
edredón y dice que están casados; en el cuarto, al final del pasillo, un
adolescente espera de él un consejo de padre; la casa acariciada por el sol,
flota en un lago. Desayuna, se entretiene hasta el ocaso; cansado, se recuesta.
Dormita; luego el ensueño con su amada y su única hija. Se desvela; ahora es
una pelirroja que le acaricia; la casa está en el desierto... Se incorpora, y
de nuevo, el vértigo y esa congoja.
Mei Morán
Freiburg (Alemanya)
Desplantados
Crema de calabaza le dijeron las hermanastras.
Y ya no hubo carroza,ni zapato,ni historia.
Antonia García Lago
Barberà del Vallès (Barcelona)
Censura
Por fin había encontrado algo bueno, muy bueno, y lo
aprovechaba para sacudírmela frenéticamente, con un ojo puesto en la novela y
el otro en la puerta de mi despacho. El rastro sinuoso me había llevado hasta
el cuartucho de aquella tal Trix Miranda y después hasta sus bragas, y la
estaba lamiendo de arriba a abajo cuando, ahogando un grito de culpa, me corrí
entre las páginas 43 y 44. Mientras aguzaba el oído para adelantarme a la
visita inesperada de algún compañero, limpié la escena, me peiné y coloqué otro
pañuelo en el bolsillo de mi americana. Luego anoté aquellas páginas en el
registro y catalogué el libro como correspondía, sobre la pila de ejemplares
censurados. Cogí otro para empezar a revisarlo, aunque no recuerdo apenas nada
de él, solo el aroma a sábanas sucias que tardó meses en abandonar el despacho.
Asier Susaeta Diez de Baldeón
Vitoria-Gasteiz (Áraba)
Aislados
Hace ya tiempo que confirmaron que la isla está deshabitada,
aunque de camino a la playa, bajo la sombra de los cocoteros, con el canto de
los pájaros y el susurro de las olas de fondo, eso ya no parece un problema.
Solos, asustados, sin apenas víveres y con la radio estropeada, los primeros
días fueron una pesadilla para los dos únicos supervivientes del Ocean Star. En
cambio, ahora se bañan juntos, sin ningún pudor, y chapotean en el agua como
niños. Sentados en la arena, bajo el confortable sol del atardecer, observan el
mar calmo. La isla se ha convertido en un paraíso y la esperanza de que la
silueta de un barco aparezca en el horizonte ha dejado de ser una obsesión para
ella. Él la contempla hechizado, los granos de arena pegados en su piel, las
gotitas de agua que sobreviven en sus hombros. Ella se gira. Le ha costado
conseguir que recupere la sonrisa que lucía cuando la conoció. Tendría que
besarla, pero no se atreve. Prefiere ir despacio, piensa, mientras fantasea con
un hogar lleno de niños, con hacerla tan feliz que algún día pueda confesarle,
sin temor alguno, que fue él quien rompió la radio.
Ernesto Ortega Garrido
Madrid