dimarts, 19 d’abril del 2022

MICRORELATS DE MARÇ / MICRORRELATOS DE MARZO (1)

 


Publiquem els microrelats que van arribar a les deliberacions finals en la categoria en castellà de la convocatòria de març.


Recordem que els microrelats concursants publicats al blog s'inclouran en una publicació en paper que recollirà aquells textos guanyadors i finalistes de cada categoria de totes les convocatòries mensuals.




Publicamos los microrrelatos que llegaron a las deliberaciones finales en la categoría en castellano de la convocatoria de marzo.

Recordamos que los microrrelatos concursantes publicados en el blog se incluirán en una publicación en papel que recogerá aquellos textos ganadores y finalistas de cada categoría de todas las convocatorias mensuales.






Evolución

Nos extrañó que naciese con pocas escamas. Pensamos que se trataba de algún retraso en el crecimiento, pero cuando vimos que tampoco desarrollaba la aleta ventral y le salían esas patitas nos preguntamos en qué habíamos fallado.

Ahora se pasa el día entero en su agujero del arrecife haciendo vete a saber qué y por las noches se larga de correrías con sus amigotes. Vuelven con la marea, arrastrándose. Ellos lo llaman “flow”. Van a la suya; no cuentan nada. Dicen que somos unos pesados, unos antiguos y que les dejemos en paz o un día de estos se van más allá de la orilla y no vuelven nunca más.

Rafael Loscertales de la Puebla

Cornellà de Llobregat (Barcelona)

 

 





Selva de interior

Mientras riego la frondosidad de las plantas que crecen sobre la mesa de la sala, microscópicos cocodrilos nadan en el agua que rebosa los platos de las macetas. En el aire de la tarde resuenan rugidos y algo se agita entre las hojas. Las aparto y encuentro un Tarzán diminuto sujeto al tallo del anturio: se cuelga de una liana, aterriza en la flor, donde Jane lo espera y salta a su espalda. Sujetos a otra liana, como trapecistas salvajes, desaparecen en el verdor de un helecho vecino. Ya me había advertido el jardinero que no abusara del humus de jungla, pero no le hice caso.

Carmen de la Rosa Moro

Santa Cruz de Tenerife

 



 



Vuelo

Aunque ya se habían extinguido, su imagen permanecía palpitando en nuestras retinas y permanecíamos recostados en la hierba mirando el cielo. Entonces, mamá decía que no podíamos quedarnos dormidos a la intemperie, que el rocío nos haría mal a los pulmones. Así que papá nos aupaba uno a uno y nos metía en la tienda de campaña.

La imagen de las Perseidas nos servía de cuento de buenas noches y nos dormíamos sintiéndonos mayores por haber aguantado hasta tan tarde.

Papá salía de la tienda, abrazaba a mamá y se quedaban mirando un rato más el cielo.

—Al agosto de mis siete años: 1983 —especifico sin dudar al técnico de la máquina del tiempo.

Patricia Collazo González

Alcobendas (Madrid)

 






Madurez

Su padre le sorprendió con el cuerpo inerte de la rata agarrado por la cola. No le había dado tiempo de arrojarlo al arroyo que pasaba frente a su casa para que se confundiera entre la inmundicia. El primer impulso del niño fue admitir que la había matado, pero al instante cambió de opinión. Con su cara más inocente, convenció a su progenitor de que había encontrado así al animal y de que estaba muy triste porque pensaba que era el ratoncito Pérez. Se dejó consolar. «No es él. En cuanto se te caiga el próximo diente ya verás como viene y te deja algo bajo la almohada», le dijo el hombre. Como si fuera la primera vez que mataba una de las ratas que cada noche rondaban el camastro. Como si no supiera que, a su edad, los dientes que se caen ya no son de leche. Como si las aguas de aquellos torrentes mugrientos no hubieran ahogado hace tiempo todas las infancias.

Lluís Talavera

Barcelona





 

Dudas

Me llamo Adrián, hoy cumplo quince años y todavía no tengo claro qué quiero ser de mayor. Dice la psicóloga que eso es porque carezco de referentes importantes en mi vida. Soy hijo único y de mi padre solo conservo un mal sabor de boca. Mi madre se esfuerza para que nunca me falte un plato caliente en la mesa. Le agradezco mucho todo lo que hace por mí, aunque cada vez me agobia más su afición desmedida por los hombres. Le gustan todos, excepto los que tienen pecas y cicatrices. Esos no. Que se le atragantan, dice con una mueca de disgusto. Ya he perdido la cuenta de todos los que han desfilado por casa; no me da tiempo a cogerles cariño y de la mayoría ni siquiera recuerdo el nombre. Cuanto más le gustan, menos le duran. El último se llamaba Luis. Era electricista, creo. Demasiado joven, le advertí algo incómodo cuando me lo presentó, pero al final ella tenía razón: estaba tan bueno que solo hemos dejado los huesos. Dice que los va a aprovechar para hacer un caldo. Como homenaje. ¿Te parece bien?, me pregunta con una sospechosa voz seductora. Asiento tímidamente con la cabeza. No sé, empiezo a sentir unas ganas inmensas de hacerme vegetariano.

Margarita del Brezo

Ceuta