Evolución
Nos extrañó que naciese con pocas
escamas. Pensamos que se trataba de algún retraso en el crecimiento, pero
cuando vimos que tampoco desarrollaba la aleta ventral y le salían esas patitas
nos preguntamos en qué habíamos fallado.
Ahora se pasa el día entero en su
agujero del arrecife haciendo vete a saber qué y por las noches se larga de
correrías con sus amigotes. Vuelven con la marea, arrastrándose. Ellos lo
llaman “flow”. Van a la suya; no cuentan nada. Dicen que somos unos pesados,
unos antiguos y que les dejemos en paz o un día de estos se van más allá de la
orilla y no vuelven nunca más.
Rafael Loscertales de la Puebla
Cornellà de Llobregat (Barcelona)
Selva de interior
Mientras riego la frondosidad de
las plantas que crecen sobre la mesa de la sala, microscópicos cocodrilos nadan
en el agua que rebosa los platos de las macetas. En el aire de la tarde
resuenan rugidos y algo se agita entre las hojas. Las aparto y encuentro un
Tarzán diminuto sujeto al tallo del anturio: se cuelga de una liana, aterriza
en la flor, donde Jane lo espera y salta a su espalda. Sujetos a otra liana,
como trapecistas salvajes, desaparecen en el verdor de un helecho vecino. Ya me
había advertido el jardinero que no abusara del humus de jungla, pero no le
hice caso.
Carmen de la Rosa Moro
Santa Cruz de Tenerife
Vuelo
Aunque ya se habían extinguido,
su imagen permanecía palpitando en nuestras retinas y permanecíamos recostados
en la hierba mirando el cielo. Entonces, mamá decía que no podíamos quedarnos
dormidos a la intemperie, que el rocío nos haría mal a los pulmones. Así que
papá nos aupaba uno a uno y nos metía en la tienda de campaña.
La imagen de las Perseidas nos
servía de cuento de buenas noches y nos dormíamos sintiéndonos mayores por
haber aguantado hasta tan tarde.
Papá salía de la tienda, abrazaba
a mamá y se quedaban mirando un rato más el cielo.
—Al agosto de mis siete años:
1983 —especifico sin dudar al técnico de la máquina del tiempo.
Patricia Collazo González
Alcobendas (Madrid)
Madurez
Su padre le sorprendió con el
cuerpo inerte de la rata agarrado por la cola. No le había dado tiempo de
arrojarlo al arroyo que pasaba frente a su casa para que se confundiera entre
la inmundicia. El primer impulso del niño fue admitir que la había matado, pero
al instante cambió de opinión. Con su cara más inocente, convenció a su
progenitor de que había encontrado así al animal y de que estaba muy triste
porque pensaba que era el ratoncito Pérez. Se dejó consolar. «No es él. En
cuanto se te caiga el próximo diente ya verás como viene y te deja algo bajo la
almohada», le dijo el hombre. Como si fuera la primera vez que mataba una de
las ratas que cada noche rondaban el camastro. Como si no supiera que, a su
edad, los dientes que se caen ya no son de leche. Como si las aguas de aquellos
torrentes mugrientos no hubieran ahogado hace tiempo todas las infancias.
Lluís Talavera
Barcelona
Dudas
Me llamo Adrián, hoy cumplo
quince años y todavía no tengo claro qué quiero ser de mayor. Dice la psicóloga
que eso es porque carezco de referentes importantes en mi vida. Soy hijo único
y de mi padre solo conservo un mal sabor de boca. Mi madre se esfuerza para que
nunca me falte un plato caliente en la mesa. Le agradezco mucho todo lo que
hace por mí, aunque cada vez me agobia más su afición desmedida por los
hombres. Le gustan todos, excepto los que tienen pecas y cicatrices. Esos no.
Que se le atragantan, dice con una mueca de disgusto. Ya he perdido la cuenta
de todos los que han desfilado por casa; no me da tiempo a cogerles cariño y de
la mayoría ni siquiera recuerdo el nombre. Cuanto más le gustan, menos le
duran. El último se llamaba Luis. Era electricista, creo. Demasiado joven, le
advertí algo incómodo cuando me lo presentó, pero al final ella tenía razón:
estaba tan bueno que solo hemos dejado los huesos. Dice que los va a aprovechar
para hacer un caldo. Como homenaje. ¿Te parece bien?, me pregunta con una
sospechosa voz seductora. Asiento tímidamente con la cabeza. No sé, empiezo a
sentir unas ganas inmensas de hacerme vegetariano.
Margarita del Brezo
Ceuta