Publiquem els microrelats que van arribar a les deliberacions finals en la categoria en castellà de la convocatòria de març.
Recordem que els microrelats concursants publicats al blog s'inclouran en una publicació en paper que recollirà aquells textos guanyadors i finalistes de cada categoria de totes les convocatòries mensuals.
Publicamos los microrrelatos que llegaron a las deliberaciones finales en la categoría en castellano de la convocatoria de marzo.
Recordamos que los microrrelatos concursantes publicados en el blog se incluirán en una publicación en papel que recogerá aquellos textos ganadores y finalistas de cada categoría de todas las convocatorias mensuales.
Aquel verano
Solíamos acercarnos a la casa abandonada al
caer la tarde, cuando las sombras eran tenues. Mirábamos a través de las cortinas raídas. El paisaje interior era una
mezcla de soledad, tristeza y añoranza, como si estas cualidades humanas se
hubieran quedado impregnadas en las paredes y en los muebles.
Paquito decía que la casa tenía corazón, que
escuchaba el bombeo de la sangre por las cañerías. Aseguraba que necesitaba el
de las personas para poder seguir en pie.
Juan propuso aquella noche entrar a través de
la ventana que daba al jardín. Recorrimos todas las habitaciones. Hasta el
silencio crujía. Poco a poco comenzamos a sentir una sensación de vacío, una
tristeza que nos iba hundiendo en la nada, un sentimiento de vulnerabilidad
inexplicable. Miguel, el más sensato de la pandilla, nos obligó a salir de la
casa y alejarnos de ella.
Dicen que la casa sigue allí, entera,
abandonada. No regresamos nunca. Nos daba miedo escuchar los latidos del
corazón de Paquito.
Elena Casero Viana
Valencia
Unigénito
Es Miércoles de Ceniza y Mamá insiste en
llevarme a la parroquia, aunque llueve y no me ha bajado la fiebre. Me explica
cosas sobre purificaciones y le pregunto de qué hacen las cenizas, pero desde
que está embarazada anda como ida. Entonces suelto de sopetón: “Las sacan de
los huesos de los santos, ¿verdad?”. Me dice que no lo sabe, pero seguro que
será de algo sagrado y no tengo que preocuparme ni sentir asco. Pues al cura le
huele el aliento. El polvillo se cae y me hace cosquillas en las pestañas, ojalá
tuviese la frente tan arrugada como el abuelo porque Mamá dice que tiene que
durarme todo el día. Al acabar la misa nos acercamos a mirar el cuadro de
Abraham e Isaac; luego me agarra de la nuca y no me suelta hasta que llegamos a
casa. Sé que una vez santificado no pasaré de la madrugada. Para cenar pido
salchichas con puré, y helado de postre. Papá llega después, me alborota el
pelo y se pone a afilar el hacha. Mamá y yo ponemos una foto mía en el aparador
junto a la de Santi, un hermano que no conocí, y encendemos una vela.
Belén Sáenz Montero
Madrid
Amigos
Nunca puedo traer amigos a casa. Cuando lo
hago papá los mata y los entierra en el jardín.
-Pero, ¿es que no te das cuenta de que son
imaginarios? – dice siempre.
Raúl Clavero Blázquez
Madrid
Un día inolvidable
Mi buena madre nos está repartiendo fotografías como si de una herencia en vida fuera y, aunque disimule, me entristece conocer sus razones.
Hoy le ha tocado el turno al retrato en blanco y negro de mi primera comunión.
Claro está que hemos hablado de lo guapo que estoy en ella, peinado con el “Arriba España”, los hoyuelos flanqueando la tierna sonrisa y mi traje heredado de marinerito. Y de la humilde, pero entrañable chocolatada que disfrutamos con la familia y los amigos de siempre.
Era un día importante y como tal lo recuerdo, como también recuerdo que mientras la preocupación de los demás era que no se les pegara la hostia al paladar porque desencajarla de ahí con la lengua era complicadísimo y en aquellos tiempos no había otra, la mía era si tendría la capacidad suficiente para guardar la compostura, delante de una iglesia abarrotada, y que mis temblores fueran lo más internos posible cuando cerrara los ojos para no ver acercarse hacia mi boca aquella mano, de nuevo esa venosa, peluda, asquerosa y poderosa mano.
Javier Palanca Corredor
Valencia
Deforestación
De niña iba al dentista con frecuencia. Tenía
el esmalte muy fino, teñido de amarillo por la tetraciclina. Pronto empecé con
las caries.
Un día el doctor me contó que en la muela de
un paciente había encontrado una pepita de tomate germinada. Yo no supe si
creerle, pero me recuerdo fantaseando sobre el tema. Imaginaba una cavidad
llena de humus de la que brotaba una minúscula tomatera que con el tiempo se
ramificaba y reptaba con ventosas por el suelo de la boca. Algunos tomates estallaban
como globos entre los dientes al hablar. Otros bajaban por el tubo del fondo
del jardín, fértil abono de lechugas y alcachofas. A veces salían malas hierbas
y unos caracoles pequeñitos tapizaban las mucosas de satén. Se convirtió en un
huerto capaz de alimentar a una familia, o tal vez a una ciudad. Después en un
bosque que generaba tormentas tropicales, cuyas lianas crecían decididas hacia
arriba -cual habichuelas mágicas- mientras el señor de la caries se fundía sin
remedio con la tierra.
Nunca llegó a saber el doctor cómo le odié el
día que me desveló el desenlace de la historia. No se puede deforestar de estas
maneras la imaginación de una niñita fantasiosa y de esmalte delicado.
Paz Monserrat Revillo
Molins de Rei (Barcelona)