Publiquem els microrelats que van arribar a les deliberacions finals en la categoria en castellà de la convocatòria de gener.
Recordem que els microrelats concursants publicats al blog s'inclouran en una publicació en paper que recollirà aquells textos guanyadors i finalistes de cada categoria de totes les convocatòries mensuals.
Publicamos los microrrelatos que llegaron a las deliberaciones finales en la categoría en castellano de la convocatoria de enero.
Recordamos que los microrrelatos concursantes publicados en el blog se incluirán en una publicación en papel que recogerá aquellos textos ganadores y finalistas de cada categoría de todas las convocatorias mensuales.
*Noia a la finestra / Muchacha en la ventana, de Salvador Dalí (1925).
Un recuerdo maravilloso
Existen en este mundo las mujeres invisibles. Se deslizan
entre nosotros sin manifestar su presencia: no susurran, no mueven objetos, no
crean corrientes de aire frío. Nadie las imagina a sus espaldas y nadie las
teme.
De carácter soñador, frecuentan las ventanas, las azoteas,
los puentes, los miradores. A veces, cuando se ponen románticas, empujan a
alguien. Solo para lanzarse detrás, para abrazar sus cuerpos, para bailar un
vals en el aire. Quienes caen sienten una mezcla de miedo y placer, creen estar
fuera de la realidad, pero al final alcanzan el suelo de pie y suavemente. El
recuerdo los acompañará siempre. Hasta hacerse insoportable de tan maravilloso
y –tarde o temprano– terminan todos tirándose ellos mismos al vacío. Con la
esperanza.
Asun Gárate Iguarán
Bilbao
Y lo llaman Destino
Desde la primera ventana alcanza a ver una niebla uniforme
rota por las copas de lo que cree son baobabs. En la siguiente ve una pradera inmensa
y un caballo blanco, se sube al alféizar y
llega a poner un pie en la hierba, pero
recula. La tercera ventana se asoma a un
precipicio, al fondo un mar de cristal y una isla en el centro, hay unas
escaleras talladas en la pared; demasiado arriesgado, se dice. Y así recorre
una tras otra sin decidirse. Al final del pasillo hay una ventana
estrecha que deja ver una oficina, la
mesa parece esperarle con expedientes y archivos, es una imagen familiar que le
conforta, pasa al otro lado y se pone a trabajar.
Kumiko Kasahara
Madrid
Un día, de tanto jurar por Dios, a aquel hombre le creció
una Biblia en la palma de su mano. “Al principio resulta algo incómodo, no digo
yo que no, pero al final te acabas acostumbrando, como a todo”, suele repetir a
todo el que le pregunta. El principal inconveniente que tienen esa clase de
biblias de mano es que resultan sumamente contagiosas. Un día, por casualidad,
te presentan a un hombre como ese, le estrechas cortésmente la mano y es más
que probable que se te quede algún evangelio enredado entre las falanges de los
dedos. Pudiera parecer que llevar un evangelio entre los pliegues de la mano es
algo inocuo, pero quienes lo hemos padecido sabemos que no es así. Uno tiene la
inquietante sensación de que hay cientos de personajes bíblicos deambulando por
debajo de tus guantes, observándote, escudriñando cada uno de tus movimientos,
siguiendo tus pasos a lo largo de todo el día. Y luego, lo peor, es cuando
llega la noche. Cuesta un verdadero infierno llegar a conciliar el sueño. No
resulta nada fácil dormirse cuando
sientes un constante cosquilleo entre los dedos, como si un ejército de
iracundos filisteos estuviese atravesando la palma de tu mano.
José Manuel Dorrego Sáenz
Madrid
Yo ya había supuesto que algo así iba a pasar. Y allí lo
tenía, delante de mí, enfundado en el mono de la aseguradora, con el maletín de
herramientas a sus pies y ese gesto de suficiencia pintado en el rostro. Había
escuchado mi descripción de la avería con creciente desinterés e incluso
terminó resoplando, visiblemente hastiado de mi relato. Cuando lo concluí,
pulsó con alivio el interruptor para comprobar él mismo mi diagnóstico. La
habitación quedó en la más absoluta oscuridad: no una penumbra reconocible de
contornos familiares, sino una tiniebla abisal, pelágica. En un instante
desaparecieron la tenue luz del atardecer y la silueta de la ventana, los
objetos y su relieve; quedaron en su ensimismamiento metros y horas,
centímetros y minutos; y nos devoró la nada, que se desvaneció en cuanto volvió
a pulsar la clavija y regresó la luz eléctrica, aliada con el sol que de nuevo
atravesaba el cristal para iluminar la vida cotidiana. A la vista de su cara
desencajada, he de reconocer que me invadió cierto desdén; pero también
comprendí que no era momento de mostrarle el cuarto de baño ni de preguntarle
si sabía de un buen fontanero en la compañía.
Eduardo Iáñez Pareja
Granada
El dolor le inunda el pecho. Le es insoportable verlo en el
suelo sobre el charco de sangre. Es el amor de su vida y haría lo que sea para
que siga vivo. Se siente desconsolada. Desea poder volver el tiempo atrás. Se
sienta, apoya los codos en las rodillas y se cubre la cara con las manos. Las
lágrimas se deslizan por sus rodillas, suben a sus mejillas, se cuelan entre
sus dedos y entran a sus ojos. Se para, apunta el arma al aire. Su marido se
incorpora. La bala sale del corazón y retrocede hasta entrar en la pistola. Ella
guarda el arma en el cajón del escritorio. Escucha toda la confesión de su
esposo otra vez. Llena de dolor, se resigna. Lo ve agarrar las valijas y tomar
el picaporte. Se da cuenta de que, realmente, no podría soportarlo. Vuelve a
dispararle.
Jorge Aguiar
Mendoza (Argentina)
Mendoza (Argentina)