Publiquem els microrelats que van arribar a les deliberacions finals en la categoria en castellà de la convocatòria de novembre.
Recordem que els microrelats concursants publicats al blog s'inclouran en una publicació en paper que recollirà aquells textos guanyadors i finalistes de cada categoria de totes les convocatòries mensuals.
Publicamos los microrrelatos que llegaron a las deliberaciones finales en la categoría en castellano de la convocatoria de noviembre.
Recordamos que los microrrelatos concursantes publicados en el blog se incluirán en una publicación en papel que recogerá aquellos textos ganadores y finalistas de cada categoría de todas las convocatorias mensuales.
Al filo
Llevábamos cerca de tres años ahorrando para aquella
expedición y tenía que torcerse un tobillo justo a mitad de escalada. No paraba
de quejarse y sollozar, y que no le moviéramos, decía, que le dolía horrores. O
sea, que ni para adelante ni para atrás. Entonces ¿qué hacíamos? Dejarle allí,
a veinte bajo cero, habría sido condenarle a una lenta agonía. Se le habían
helado las lágrimas y la punta de la nariz la tenía renegrida, claramente
principio de congelación. Y lo peor: más que hablar, farfullaba. Eso
significaba que estaba empezando a delirar.
Entre los dos le sujetamos de los brazos y le ayudamos a
levantarse. Al moverle, un pedrusco cayó al vacío. Me quedé mirando el abismo
bajo nuestros pies y me dio por calcular cuánto tardaría en llegar al fondo.
Susana Revuelta Sagastizábal
Santander
Cuando murió el párroco de la pequeña comunidad rural (un
hombre esquivo y taciturno a pesar de su misión), sus escasas pertenencias se
repartieron siguiendo un criterio marcado por el sentido común. De sus objetos
personales se hizo cargo el ama de llaves, mientras que su pequeña -aunque
selecta- librería quedó depositada en la biblioteca municipal. La formaban
sobre todo libros que habría recibido en señal de agradecimiento por su labor
pastoral, conservados seguramente por razones afectivas y de cortesía. Muchos
de ellos con su respectiva dedicatoria, circunstancia esta que dejó a la vista
de todos el curioso círculo de tales amistades. Llamaban la atención las
novelas románticas, abundantes en la colección, porque mostraban en su primera
página mensajes explícitos de trazo femenino, que delataban cierta relación de
complicidad con el texto en cuestión y con ello abrían la puerta a todo tipo de
especulaciones. Así fue como los vecinos de aquella pequeña comunidad rural,
tanto los creyentes como los que nunca iban a misa, desarrollaron por igual un
fecundo, insobornable interés por la lectura.
Pedro Herrero Amorós
Castellar del Vallès (Barcelona)
Adrenalina
Las imágenes se suceden a toda velocidad. En el balcón de la
cuarta planta sus cinco amigos beben alcohol. En la tercera cuatro niños saltan
sobre el sofá. En la segunda tres turistas hacen las maletas. En la primera dos
amantes caen rendidos. En el vestíbulo la belleza de la camarera impacta al
recepcionista. En la piscina no hay nadie. El agua está fría, quizás, pero por
veinte centímetros ya no importa.
Elena Bethencourt Rodríguez
Excepciones a las normas
—Le prometo —dijo el anciano encargado del depósito haciendo
una extraña mueca— que respetaré y haré respetar las normas que me hizo llegar
por escrito.
—Me alegro —respondió sonriendo el nuevo gerente—; pero no
se olvide permitir que de tanto en tanto salga alguna. No puede tenerlas
encerradas como si fueran condenadas a prisión perpetua.
—Entiendo. —La expresión del rostro del viejo guardián se
tornó agria y desconfiada—. Estoy a cargo de este depósito desde hace cientos
de años. ¿Puedo pedirle que no me trate como al chico de los mandados?
—Alguna que otra, de vez en cuando —insistió el gerente, a
sabiendas de lo que significaban las microficciones allí guardadas para el
anciano. Es más celoso de lo que me informaron, reflexionó, y mucho más de lo
que imaginaba.
—¿Puede ser esta? —dijo el encargado después de una larga
pausa. No estaba del todo mal, con todos los riesgos que implicaba, dejar que
una microficción nueva, sin corregir, saliera del depósito y viera la luz. Era
lógico: el anciano, se aferraba a la esperanza de no tener que arriesgar ni una
de las que atesoraba desde hacía tanto tiempo. El mundo editorial es
despiadado.
Sergio Daniel Gaut vel Hartman
Buenos Aires (Argentina)
La cita
Mientras la espera, el taxidermista esconde el serrucho y la
enorme cola de pez.
Francesc Barberá Pascual
Algemesí (Valencia)