dimarts, 14 d’abril del 2020

MICRORELATS DE MARÇ / MICRORRELATOS DE MARZO (1)




Publiquem els microrelats que van arribar a les deliberacions finals en la categoria en castellà de la convocatòria de març.

Recordem que els microrelats concursants publicats al blog s'inclouran en una publicació en paper que recollirà aquells textos guanyadors i finalistes de cada categoria de totes les convocatòries mensuals.







Publicamos los microrrelatos que llegaron a las deliberaciones finales en la categoría en castellano de la convocatoria de marzo.

Recordamos que los microrrelatos concursantes publicados en el blog se incluirán en una publicación en papel que recogerá aquellos textos ganadores y finalistas de cada categoría de todas las convocatorias mensuales.








La mujer duplicada

En una casa parecida a la mía vive una mujer que se parece a mí. La misma edad, las mismas hechuras e idénticos rasgos. Ella alberga bajo su techo a un marido, cuatro hijos, una suegra, un hámster, dos periquitos y un cuñado. Yo ni un pobre gato que me haga compañía. No sé cómo pero la puedo espiar si cierro los ojos. La veo madrugar, lavar, planchar, fregar, vestir y alimentar a toda su prole. La veo secarse el sudor y cantar si se queda sola. La veo llorar cuando vuelve el esposo de noche, veo su ojo morado y su encierro en el aseo para que ni retoños ni mascotas pregunten por los efectos de un padre cromañón. Es lógico pensar que me espía a oscuras y me gusta creer que le hago los días más cortos, pues no tengo los pasos tan sueltos ni el sofoco tan triste y me tomo mis horas con tranquilidad y una pizca de vino. Aunque no lea más que la publicidad comercial caída en el buzón y sus únicas letras salgan de un viejo lápiz roído que usa para la lista de la compra, quiero que sepa que me dedico a los libros y me paso el día delante del teclado, y sin embargo es ella la que escribe mis relatos.

Roberto Migoya Ramos
Ponferrada (León)











Resistente

No era sacerdote ni tenía feligreses, pero esa mañana el sermón le quedó bordado en la vieja capilla. «Parece un buen presagio», pensó mientras se quitaba la sotana para dejarla en la sacristía, igual que hacía Don Senén, «que en gloria esté».
Cuando salió al balcón del ayuntamiento para el discurso diario la plaza estaba llena de admiradores, algo que no esperaba después de tanto tiempo sin que nadie, salvo él, pisase las calles empedradas. Todos pudieron verle con el bastón de alcalde.
No tardó en ponerse el uniforme de músico de la banda municipal y desfilar con un tambor en solitario por la calle Mayor, entre aplausos.
Su curioso proceder había llamado la atención en redes sociales y medios de comunicación. Querían conocer al anciano que no se resignaba, el último de aquel pueblo, que había asumido todas las funciones.
Fue necesario construir dos hostales para alojar a los visitantes, también rehabilitar viviendas para los desencantados de la ciudad que deseaban comenzar una nueva vida. Las tiendas de recuerdos, bares y cafeterías vinieron después. De lo que más orgulloso se siente es del nuevo colegio, que lleva su nombre.

Ángel Saiz Mora
Madrid








La casa número seis

– No creo que tarde en llegar –contesto a los policías haciéndoles pasar al salón. Les ofrezco limonada, pero la rechazan. Bromeo con lo típico de que están de servicio, pero no tiene ni puñetera gracia y no se ríen. Me siento frente a ellos, cerca de la ventana, controlando el acceso a la casa. Adopto la postura de la que espera a alguien con nerviosismo. Quizás eso no ayude al muchacho, así que me relajo. Es agradable tener compañía. – ¿Están seguros de que no quieren un poco? Parece que tarda –les insisto. Ellos se miran como lo hacen los de las películas; con aquella expresión de a ver si viene pronto ese jodido cabrón y deja de darnos la paliza la vieja. Debería decirles que ese tipo de actitud desacredita a todo el gremio, que sean un poco más delicados y anden con más cuidado. Aunque lo que tendría que explicarles en realidad es que mi casa es la nueve, que el número de la entrada lleva caído muchos años. Y que el cartero ya está acostumbrado, al principio era un caos. Pero es un malhumorado y nunca me da conversación.

Beatriz Díaz Rodríguez
Barberà del Vallès (Barcelona)








El Coleccionista   

Abrió los ojos y comenzó a raspar el óxido con una llave trazando una línea vertical.
Estaba más excitado que de costumbre. Hacía meses que no revivía esa experiencia. No le importaba sexo, edad, raza, ni contextura física. Solo valoraba la convicción en la entrega del cuerpo.
No pudo censurar la sonrisa cuando cruzó una raya horizontal sobre la anterior.
Pronto aparecieron los esclavos del morbo. Entonces debió fingir convincentemente que transitaba por un estado de shock.
Nadie, como en las veces anteriores, notó todas esas cruces en el interior de la locomotora de Juan ...,  el benefactor de los suicidas.

Claudio Damian Colfer
Bernal (Argentina)