Publiquem els microrelats que van arribar a les deliberacions finals en la categoria en castellà de la convocatòria de març.
Recordem que els microrelats concursants publicats al blog s'inclouran en una publicació en paper que recollirà aquells textos guanyadors i finalistes de cada categoria de totes les convocatòries mensuals.
Publicamos los microrrelatos que llegaron a las deliberaciones finales en la categoría en castellano de la convocatoria de marzo.
Recordamos que los microrrelatos concursantes publicados en el blog se incluirán en una publicación en papel que recogerá aquellos textos ganadores y finalistas de cada categoría de todas las convocatorias mensuales.
La mujer duplicada
En una casa parecida a la mía
vive una mujer que se parece a mí. La misma edad, las mismas hechuras e
idénticos rasgos. Ella alberga bajo su techo a un marido, cuatro hijos, una
suegra, un hámster, dos periquitos y un cuñado. Yo ni un pobre gato que me haga
compañía. No sé cómo pero la puedo espiar si cierro los ojos. La veo madrugar,
lavar, planchar, fregar, vestir y alimentar a toda su prole. La veo secarse el
sudor y cantar si se queda sola. La veo llorar cuando vuelve el esposo de
noche, veo su ojo morado y su encierro en el aseo para que ni retoños ni
mascotas pregunten por los efectos de un padre cromañón. Es lógico pensar que
me espía a oscuras y me gusta creer que le hago los días más cortos, pues no
tengo los pasos tan sueltos ni el sofoco tan triste y me tomo mis horas con
tranquilidad y una pizca de vino. Aunque no lea más que la publicidad comercial
caída en el buzón y sus únicas letras salgan de un viejo lápiz roído que usa
para la lista de la compra, quiero que sepa que me dedico a los libros y me
paso el día delante del teclado, y sin embargo es ella la que escribe mis
relatos.
Roberto Migoya Ramos
Ponferrada (León)
Resistente
No era sacerdote ni tenía
feligreses, pero esa mañana el sermón le quedó bordado en la vieja capilla.
«Parece un buen presagio», pensó mientras se quitaba la sotana para dejarla en
la sacristía, igual que hacía Don Senén, «que en gloria esté».
Cuando salió al balcón del
ayuntamiento para el discurso diario la plaza estaba llena de admiradores, algo
que no esperaba después de tanto tiempo sin que nadie, salvo él, pisase las
calles empedradas. Todos pudieron verle con el bastón de alcalde.
No tardó en ponerse el uniforme
de músico de la banda municipal y desfilar con un tambor en solitario por la
calle Mayor, entre aplausos.
Su curioso proceder había llamado
la atención en redes sociales y medios de comunicación. Querían conocer al
anciano que no se resignaba, el último de aquel pueblo, que había asumido todas
las funciones.
Fue necesario construir dos
hostales para alojar a los visitantes, también rehabilitar viviendas para los
desencantados de la ciudad que deseaban comenzar una nueva vida. Las tiendas de
recuerdos, bares y cafeterías vinieron después. De lo que más orgulloso se
siente es del nuevo colegio, que lleva su nombre.
Ángel Saiz Mora
Madrid
La casa número seis
– No creo que tarde en llegar
–contesto a los policías haciéndoles pasar al salón. Les ofrezco limonada, pero
la rechazan. Bromeo con lo típico de que están de servicio, pero no tiene ni
puñetera gracia y no se ríen. Me siento frente a ellos, cerca de la ventana,
controlando el acceso a la casa. Adopto la postura de la que espera a alguien
con nerviosismo. Quizás eso no ayude al muchacho, así que me relajo. Es
agradable tener compañía. – ¿Están seguros de que no quieren un poco? Parece
que tarda –les insisto. Ellos se miran como lo hacen los de las películas; con
aquella expresión de a ver si viene pronto ese jodido cabrón y deja de darnos
la paliza la vieja. Debería decirles que ese tipo de actitud desacredita a todo
el gremio, que sean un poco más delicados y anden con más cuidado. Aunque lo
que tendría que explicarles en realidad es que mi casa es la nueve, que el
número de la entrada lleva caído muchos años. Y que el cartero ya está
acostumbrado, al principio era un caos. Pero es un malhumorado y nunca me da
conversación.
Beatriz Díaz Rodríguez
Barberà del Vallès (Barcelona)
El Coleccionista
Abrió los ojos y comenzó a raspar
el óxido con una llave trazando una línea vertical.
Estaba más excitado que de
costumbre. Hacía meses que no revivía esa experiencia. No le importaba sexo,
edad, raza, ni contextura física. Solo valoraba la convicción en la entrega del
cuerpo.
No pudo censurar la sonrisa
cuando cruzó una raya horizontal sobre la anterior.
Pronto aparecieron los esclavos del
morbo. Entonces debió fingir convincentemente que transitaba por un estado de
shock.
Nadie, como en las veces
anteriores, notó todas esas cruces en el interior de la locomotora de
Juan ..., el benefactor de los suicidas.
Claudio Damian Colfer
Bernal (Argentina)