Publiquem els microrelats que van arribar a les deliberacions finals en la categoria en castellà de la convocatòria d'abril.
Recordem que els microrelats concursants publicats al blog s'inclouran en una publicació en paper que recollirà aquells textos guanyadors i finalistes de cada categoria de totes les convocatòries mensuals.
Publicamos los microrrelatos que llegaron a las deliberaciones finales en la categoría en castellano de la convocatoria de abril.
Recordamos que los microrrelatos concursantes publicados en el blog se incluirán en una publicación en papel que recogerá aquellos textos ganadores y finalistas de cada categoría de todas las convocatorias mensuales.
Instrucciones para mentir
Diga toda la verdad posible.
Julián Vinacour
Mendoza (Argentina)
Caperucita - Origins -
Caperucita era una joven tan desobediente que aquel día su
madre no lo soportó más y por no seguir discutiendo se fue ella misma a llevar la merienda a su
propia madre, la abuelita.
A medio camino, salió de entre unos espesos matorrales un
lobezno solo y huesudo que trataba de olisquear la cesta de la merienda, pero
la madre con gran vigor le apartó de un estacazo ,malhiriendo al ingenuo
animal.
La madre prosiguió firme por su camino, sin leer la mirada del lobezno que destilaba un brillo de tristeza y de venganza.
Eva Maria Torre Barrero
Barberà del Vallès (Barcelona)
Servicios familiares, S.A.
El de la agencia dijo que llegaría para el desayuno. Quizá
deberíamos haber puesto un plato para él. Su ficha dice que toma café normal
con leche descremada.
—Prefiere mantequilla y mermelada —leo en voz alta—, pero se
adapta sin rechistar. Me gusta esa expresión, «sin rechistar». No me imagino a
nadie demasiado complicado escribiéndola en un formulario.
Mamá no quiere ilusionarse, y lo entiendo, porque ya hemos
sufrido dos chascos. Bueno, uno. El otro se veía venir.
—Eso sí —me asegura levantando un dedo índice con expresión
ceñuda, como siempre que discutimos por algo mil veces—, este será el último
intento. Me da igual que me pongas ojitos y que el comercial nos ofrezca
descuentos.
Y así sigue un rato, estrujándose los nudillos mientras mira
por la ventana, jurando que no piensa maquillarse entre semana y, que le
importa un rábano lo que ponga en el contrato: las primeras noches dormirá en
el sofá.
Salvador Terceño Raposo
Sevilla
Bebé robado
Tan magos que eran los reyes y no había forma de que lo
entendieran. Una y otra vez les había pedido que lo devolvieran a su verdadero
padre, pero ellos, nada.
Uno llenaba el portal de olor a incienso para espantar los
insectos. El otro apilaba lingotes de oro junto a su cuna, como si un neonato
supiera armar juegos de construcción. Y el tercero, preguntaba a María y a José
qué hacer con el otro elemento que acarreaban desde Oriente, pero todos
desconocían qué diablos era la famosa mirra y para qué servía.
Lloró en varios idiomas, sin conseguir que se dieran por
aludidos. “Estos no son mis verdaderos padres”, repitió tanto como pudo. Pero
dio igual. Los reyes marcharon muy satisfechos a propagar la buena nueva.
Patricia Collazo González
Alcobendas (Madrid)
El río
—Un río es tan solo un río —dice Jack antes de lanzarse.
Pero ¿desnudarse frente a otro hombre?, ¿nadar juntos?, ¿y
si alguien los ve? Jack ya está en la otra orilla, desde donde lo llama. Al
tiempo que Hugo busca razones para no seguirlo, su mano desapunta el último
botón de la camisa. Siente la mirada de Jack y se inhibe: sería capaz de huir
sin levantar la chaqueta ni preguntarle por el dinero del atraco. Jack
comprende: se sumerge. Hugo lo pierde de vista, entonces la tela resbala por
sus brazos y espalda. El sonido de la chapa de la correa le recuerda el placer
de la ducha al final del día. Ya no mira hacia el río: no advierte que la
mirada de su nuevo amigo se le desliza por la piel. Fuera zapatos, pantalón y
bóxer —solo piel y hueso, una figura rosada bajo las ramas, una rama más que no
soportaría el peso de las aves—. El río lo jala. Hugo intenta recuperar algo de
sí mismo antes de saltar: dobla la ropa y busca una piedra dónde ponerla a
salvo de la humedad y los insectos. Solo puede controlar eso. Solo eso quedará
de su vieja vida cuando regrese a secar su cuerpo.
Hernando Escobar Vera
Bogotá (Colombia)
El salvaje oeste
Wayne, mientras preparaba un proteico desayuno en la cocina,
se distrajo más de la cuenta al atender un llamado telefónico de su madre. Su progenitora, ávida de noticias, escuchaba
las últimas hazañas de su entusiasta hijo: las cabeceras que ya no le cabían en
el salón, el temor fundado que inspiraba por la zona. Las cortinas de la cocina
comenzaron a prender y pronto las llamas conquistaron la cabaña entera como el
valeroso hombre blanco había conquistado el salvaje oeste.
Los apaches, en una mala traducción de las señales de humo,
se bajaron de sus yeguas rebeldes y guardaron los arcos en los tipis. Y al caer
la noche, comieron bisonte asado con yuca, bebieron sangre de coyote y danzaron
bajo el cielo estrellado para celebrar la paradoja del alto el fuego.
Javier Haya Máñez
Valencia