Hambre
Era la siesta y nadie apuraba.
Por suerte, porque su boca ya no podía dar grandes mordidas y sus pocos dientes
se encontraban demasiado gastados. Comió despacio, saboreando cada bocado y
cuidándose de no provocar ni el más mínimo ruido, ni siquiera al masticar: sus
oídos flaqueaban y quería estar alerta a cualquier interrupción desde el
bosque. El esfuerzo por tragar, reflejado en sus ojos empequeñecidos y en los
movimientos de su angosta garganta, no impidió el goce más sublime. Hasta chupó
los huesitos; ya cerca del anochecer.
Había sobrevivido a un invierno
helado y solitario. De ninguna manera iba a contentarse con la mermelada de
frutillas encomendada por su hija.
Una vez satisfecha, le encontró
nuevo uso a la caperuza roja: con ella se limpió la cara, para luego volver a
arrebujarse calentita en la cama.
Mauro Zoladz
Buenos Aires (Argentina)
Tren subterráneo
Porque causaba terror, cambiaron
el aspecto que tiene el tren subterráneo cuando se acerca por el túnel: antes
era una masa oscura, un rugido creciente y esos focos como ojos. Ahora, el
cristal de la cabina del conductor es amplio y curvo; podemos ver desde lejos
el recinto iluminado por una luz verde. Algunos conductores llevan en el
interior de la cabina una o dos plantas que bajo esa luz prosperan. Pero
nosotros, los viejos, no podemos olvidar. Y los jóvenes, bajo la fascinación de
lo que siendo aterrador se ha vuelto amable, se arrojan a su paso.
Pedro Lipcovich
Buenos Aires (Argentina)
La favorita
Mi hermana ha sido siempre la
favorita de mis padres. Es la que tiene los ojos más grandes y más azules y
cuando sonríe parece un querubín. La alegría de la casa, exclaman con orgullo,
y ella se esponja como un helecho tras la lluvia.
A punto estaba de abandonarlo
todo cuando conocí a Marcelo. Nos hicimos inseparables desde el primer día. Nos
sentábamos juntos en la facultad e íbamos de fiesta los fines de semana. Nos
gustaba la misma música, el sushi, jugar a los bolos, nadar desnudos en el río,
salir de acampada. Pensé que había encontrado una persona especial y empecé a
sentir que mi vida merecía la pena. Al fin. Hasta que la conoció a ella.
Se han casado esta mañana.
Mientras los veo cortar la tarta bajo los acordes de una música estridente,
respiro muy deprisa, con la boca muy abierta, en un intento de acabar con el
oxígeno de la sala, pero ni por esas consigo aliviar este trance de agonía en
el que me hallo. Mi madre me da aire con el abanico para remediar la patética
escena y no deja de susurrarme al oído, toda azorada, que pare de una vez, que
los hombres no lloran.
Margarita del Brezo
Ceuta
Tiene miedo. Apenas puede
respirar, nota cómo su cuerpo va quedando vencido por el virus, le parece
inverosímil estar en esa situación, pero no padece, está agotada. Le han
comunicado que la deben intubar, le preguntan si quiere llamar a alguien, pero
ella niega con la cabeza, no quiere preocupar más a su familia; la trasladan a
una habitación futurista.
Al rato aparece la anestesista
con un traje de astronauta que no desentona con las máquinas que hay por
doquier y los cables aéreos. La mujer lee con calma el historial; se sienta a
su lado y le coge la mano, la paciente agradece con la mirada. La médica le
pregunta si es profesora en instituto Cervantes, le dice su nombre y sus
apellidos y si se acuerda de ella; la paciente afirma con la cabeza, y sonríe
bajo la mascarilla.
Lo último que recuerda antes de
que la droga recorra su ser es la mirada constantemente curiosa de su antigua
alumna, se siente orgullosa, y el miedo desaparece.
Pablo Lorente Muñoz
Zaragoza
Vértigo
La azafata nos pide que no
entremos en pánico. Pero seguimos cayendo en picado. No hay vuelta atrás. Las
mascarillas de oxígeno se han descolgado. La gente grita y llora. El tipo del
asiento de delante reza. Y a ti te da por cogerme de la mano y decirme que
tienes que confesarme algo. Ahora. Mientras caemos en picado. Que me quieres.
Mucho. Pero que llevas diez años engañándome. Con mi mejor amigo. En el preciso
instante en el que avión empieza a estabilizarse. Y la azafata anuncia por
megafonía que todo está bajo control. Lo repite una y otra vez. Todo bajo
control.
Francesc Barberá Pascual
Benissa (Alacant)