Publiquem els microrelats que van arribar a les deliberacions finals en la categoria en castellà de la convocatòria de desembre.
Recordem que els microrelats concursants publicats al blog s'inclouran en una publicació en paper que recollirà aquells textos guanyadors i finalistes de cada categoria de totes les convocatòries mensuals.
Publicamos los microrrelatos que llegaron a las deliberaciones finales en la categoría en castellano de la convocatoria de diciembre.
Recordamos que los microrrelatos concursantes publicados en el blog se incluirán en una publicación en papel que recogerá aquellos textos ganadores y finalistas de cada categoría de todas las convocatorias mensuales.
El cuarto
Cayó a tierra desplomado, con la espada aún atravesada,
derramando a borbotones la escasa vida que le quedaba. El implacable calor iba
espesando el charco de sangre que ya lo rodeaba, aunque la tierra se esforzara
en absorberla, como queriendo simbolizar algo trascendental. El vencedor de la
contienda continuaba en pie, sin apenas un rasguño pero embadurnado por la
lenta agonía de su adversario. Clavó decidido la rodilla en el suelo, empuñó su
puñal de gracia y, mirando a los ojos de su noble contrincante, terminó con él
de una certera punzada.
Nada hacía presagiar al héroe de multitudes que, minutos más
tarde, con otro atinado pinchazo en la arteria correcta, el sexto de la tarde
vengaría a su inseparable compañero de dehesa.
Álvaro Abad San Epifanio
Calahorra (La Rioja)
Circe se equivocó
Qué vergüenza. Con esa pelusilla en el labio superior y
lloriquear. Menos mal que su madre y sus hermanas creen que es valiente.
“Volveré a rescataros”, les dijo. Como si fuera posible traer la lluvia a esas
tierras desérticas. ¡Pero ha pasado tanto miedo hasta llegar a la costa! Y
ahora, en alta mar, incluso es peor. Aunque venía prevenido por la hechicera de
la aldea, no se esperaba esto. Ella le habló de cantos de sirenas y no de los
¡plof! que, a veces, escucha durante la noche. Son cuerpos que caen al agua.
Siempre los más débiles. Por eso, cuando le vence el sueño, se amarra al bote.
No se fía. Lo de las sirenas, piensa, sólo son cuentos. Hasta que un día, le
despiertan sus voces. Las trae el viento desde muy lejos. Y son tan bellas que
no se puede resistir. Como no consigue desatarse, pide ayuda a sus compañeros.
Enseguida le quitan las cuerdas y lo arrojan por la borda. Nada guiado por la
melodía. Nada sin parar. Exhausto. Hasta que distingue sus colas sobre la arena
de una playa: verdes, rojas, azules… Un último esfuerzo y alcanza la orilla.
Antes de desmayarse, reconoce la canción de Beyoncé que llega desde el
chiringuito.
María Gil Sierra
Madrid
El deseo inmerso
Las tardes de por sí aquietadas de los domingos, amordazadas
además por el calor de agosto, las esquivábamos en el remanso grande del río.
Allí los chicos, entre los que no estaba bien visto tomar el sol tumbado en la
toalla, nos retábamos para ser los primeros en sacar del agua cualquier cosa
que las muchachas lanzaran y se hundiese: unas llaves, un collar, un brazalete.
Al competir él y yo, como líderes en continua rivalidad, siempre proponíamos
complicar el juego, de forma que tuviéramos que coger la presa sin manos y
sacarla entre los dientes. Han pasado muchos años y, aunque jamás hemos hablado
de ello, sé, sabíamos ambos, que era una manera de, en el fondo, comernos las
bocas durante la refriega, sin que nadie lo sospechara en la superficie.
Miguelángel Flores
Sabadell (Barcelona)
Mar de fondo
- No tienes nada que
recriminarte; nadie puede exigirte responsabilidad por lo sucedido. Es cierto
que influyeron en él todos esos cuentos de bucaneros que te gusta narrar a los
chavales en la plaza, o los libros de Conrad y Stevenson que le prestaste; eso
lo dejó bien claro en aquella carta. Pero, ¿quién en su sano juicio iba a
pensar que un muchacho criado en estos páramos querría algún día ser marinero?
Sus padres no pueden culparte por guiar su imaginación sobre las olas, por
permitir que se evadiera siquiera un instante de estos secarrales en los que
sólo se cosecha hambre y miseria. ¿Cómo adivinar que aquellas historias lo
llevarían a escaparse de casa, a enrolarse en la tripulación de un barco
mercante? No, no debes torturarte con remordimientos. Al fin y al cabo lo único
que hiciste fue enseñarle a volar.
- ¿Y de qué le
sirvió eso? Mejor hubiera sido haberle enseñado a nadar.
José Andrés Arbués Ramos
Huesca
Fin del mundo
“¡Se va a acabar el mundo!”
Y ahí nos tenían, abriendo paraguas dentro de casa, votando
sin reflexionar y abusando de las grasas
trans. Ahí, follando con la regla, hablando con la boca llena y mirándonos
descaradamente; mirándonos y viéndonos unos a otros los ojos calientes y
huecos, ahítos de preguntas obvias sobre el fin del mundo.
El apremio y las prisas de aquellos días diezmaron la
población; de vidas exprimidas al máximo, eso sí.
Y el mundo siguió como si nada.
Los pocos que quedamos, incrédulos y escarmentados, bajamos
el ritmo al principio, era necesario un respiro.
Pero al poco echamos la vista atrás y, viéndonos unos a
otros los ojos calientes y llenos, nos vinimos arriba y gritamos:
“¡Se va a acabar el mundo!”
María Fidalgo García
Figueres (Girona)