Señales
Me telefoneó enfadado. Me espetó
sin dilación que lo nuestro había terminado, que no quería volver a verme. Tomó
dos segundos para respirar pero fui incapaz de decir nada así que me soltó su
retahíla de reproches:
Que siempre tuvo conmigo un
montón de detalles que nunca supe agradecer. El viaje sorpresa a las Maldivas
por nuestro aniversario, las cenas de los viernes a bordo del barco, las joyas
de diseño en mis cumpleaños, los trapitos en las boutiques más caras…
Que nunca puse interés por la
casa, que él era el que se encargaba de las compras y atender el servicio para
que yo no tuviera que hacer nada…
Que nunca acompañé a los niños al
pediatra, al dentista o al colegio.
Que ya no podía más. Que
necesitaba cambiar de aires y que se marchaba a París a reorganizar y rehacer
su vida.
Colgó sin darme opción alguna y
busqué el primer vuelo.
Ahora estoy aquí, paseando por la
orilla del Sena tratando de encontrar al hombre de mi vida sin saber siquiera
su nombre. Creo en el destino y en las señales. Quizá no se equivocó de
teléfono.
Raquel Lozano Calleja
Palencia
Fuga de manual
Cojo tu mano y salimos corriendo
del módulo dejando un reguero de sangre por los pasillos. Gracias a tu ayuda,
he conseguido abrir todas las puertas y escapar.
Empezaba a cogerte cariño después
de tantos años, pero hay que ser estúpido para enamorarse de un asesino.
Comienzo una nueva vida y, al menos, me llevo un pedazo de ti.
Francisco Javier Cano Santa
Bárbara
Sarriguren (Navarra)
Hombre de confianza
La flaca Nuria, desnuda contra el
paredón. Las tetitas aplastadas, la cara hundida casi entre los ladrillos,
vuelta para mirarme. El desconcierto en su expresión me dolió más que si
hubiera ofrecido un semblante acusatorio, insultante. Fui yo quien cerró los
ojos cuando sonó la descarga. Hubiera dejado para siempre los párpados
sellados; el comandante me obligó a despegarlos, al venir a felicitarme.
Estreché la mano con gusto a pólvora, sonreí cobarde, eludí la vista del pálido
cuerpo decorado con sangre. Me marché el primero. Tenía prisa. El comandante
estaba en lo cierto, había nuevas pistas esperando en el confesionario. Además,
debía preparar un buen sermón; la mamá de la flaca Nuria confiaba en su cura,
merecía escuchar de mi boca lo maravillosa que había sido su hija, condenada a
una muerte tan injusta.
Juan Pablo Goñi Capurro
Olavarría (Argentina)
Una segunda oportunidad
El primer marido apareció una
mañana de abril atado a una señal frente a la estación de autobuses. Poco
después, y tras una llamada anónima a la policía, encontraron a dos mellizos
dentro de una caja junto a un contenedor del recinto ferial. A otro lo dejaron
sin nota y con una botella de ginebra a las puertas del centro de acogida. Con
el verano los abandonos se multiplicaron, hasta el punto de que el consistorio
tuvo que realizar una modificación de la ordenanza municipal para favorecer
actuaciones como el sacrificio cero y evitar así una masacre.
Esta mañana los voluntarios que
los cuidan y preparan han hecho un llamamiento junto al alcalde para que se
adopten maridos abandonados ante la saturación existente. Desde la protectora
confiesan que no albergan muchas esperanzas de éxito con esta campaña, por eso
también ofrecen la posibilidad de realizar paseos solidarios.
Raúl Aragoneses Lillo
Mérida (Badajoz)
Estudiante de intercambio
En el momento en el que nuestra
hija nos anunció que esta noche iba a venir a cenar con su novio sueco y los
padres de él, ya sentí pereza. No me acostumbro a ver que se ha convertido en
una adulta. Han llegado puntuales y les hemos ofrecido tomar una copa en el
salón antes de la cena. Les observo mientras hablan y beben. Él, el padre, debe
rondar los cincuenta, tiene un acento extraño y me cuesta entender su inglés;
en cambio ella estuvo en nuestro país cuando era joven y sabe nuestro idioma.
Mi mujer parece encantada con la idea de unos consuegros suecos, incluso
explica un chiste sin gracia de Ikea. Será por los nervios. Nuestra hija
también está inquieta, ambos lo están, parecen muy enamorados. Y ahora me
planteo cómo explicarles que lo suyo no va a poder ser. Dicen que las hijas
suelen buscar a un chico que le recuerde al padre. Debo reconocer que existe
bastante parecido si lo comparamos con una fotografía mía con su edad. Qué poco
queda de aquel chaval. Pero ella, su madre, la sueca, aún conserva el encanto
de entonces; aunque se haga la disimulada riéndose del chiste de Ikea.
Beatriz Díaz Rodríguez
Barberà del Vallès (Barcelona)
El trilero
Debajo del paraguas negro siempre
hay un hombre; un hombre esquivo, seco, que se esconde bajo tela impermeable y
sobre el que los vecinos del barrio conjeturan sin descanso. Existen multitud
de teorías sobre qué lo lleva a pasear a diario con su paraguas abierto. Si
hace sol porque resulta que es un hipocondríaco que examina su piel cada noche
en busca de lunares sospechosos. Si está nublado la mayoría piensa que es
precavido como pocos y los días de tormenta eléctrica todos coinciden en que
ese hombrecillo desea que lo fulmine un rayo. «¿Quién te ha hecho tanto daño,
cielo?», suele musitar una anciana desde su balcón agarrándose la blusa para
intentar exprimir el zumo de su pasado.
Sin embargo, es en los días
lluviosos cuando todos esos hombres son tan ciertos como el que se mezcla con
otros peatones cubiertos por otros paraguas negros. Durante esas horas de
lluvia los vecinos le pierden la pista y no les queda otra que aguardar a que
escampe para no inventar al tuntún. Pero al apaciguarse los charcos siempre
dudan si será ese paraguas abierto el mismo de antes o si el hombre que oculta
habrá cambiado, no vayan a interesarse por quien no es quien aparenta ser.
Serai Asteasu
Vitoria-Gasteiz (Álava)