dimarts, 15 de febrer del 2022

MICRORELATS DE GENER / MICRORRELATOS DE ENERO (1)

 


Publiquem els microrelats que van arribar a les deliberacions finals en la categoria en castellà de la convocatòria de gener.


Recordem que els microrelats concursants publicats al blog s'inclouran en una publicació en paper que recollirà aquells textos guanyadors i finalistes de cada categoria de totes les convocatòries mensuals.




Publicamos los microrrelatos que llegaron a las deliberaciones finales en la categoría en castellano de la convocatoria de enero.

Recordamos que los microrrelatos concursantes publicados en el blog se incluirán en una publicación en papel que recogerá aquellos textos ganadores y finalistas de cada categoría de todas las convocatorias mensuales.





Señales

Me telefoneó enfadado. Me espetó sin dilación que lo nuestro había terminado, que no quería volver a verme. Tomó dos segundos para respirar pero fui incapaz de decir nada así que me soltó su retahíla de reproches:

Que siempre tuvo conmigo un montón de detalles que nunca supe agradecer. El viaje sorpresa a las Maldivas por nuestro aniversario, las cenas de los viernes a bordo del barco, las joyas de diseño en mis cumpleaños, los trapitos en las boutiques más caras…

Que nunca puse interés por la casa, que él era el que se encargaba de las compras y atender el servicio para que yo no tuviera que hacer nada…

Que nunca acompañé a los niños al pediatra, al dentista o al colegio.

Que ya no podía más. Que necesitaba cambiar de aires y que se marchaba a París a reorganizar y rehacer su vida.

Colgó sin darme opción alguna y busqué el primer vuelo.

Ahora estoy aquí, paseando por la orilla del Sena tratando de encontrar al hombre de mi vida sin saber siquiera su nombre. Creo en el destino y en las señales. Quizá no se equivocó de teléfono.

Raquel Lozano Calleja

Palencia

 

 



Fuga de manual

Cojo tu mano y salimos corriendo del módulo dejando un reguero de sangre por los pasillos. Gracias a tu ayuda, he conseguido abrir todas las puertas y escapar. 

Empezaba a cogerte cariño después de tantos años, pero hay que ser estúpido para enamorarse de un asesino. Comienzo una nueva vida y, al menos, me llevo un pedazo de ti. 

Francisco Javier Cano Santa Bárbara

Sarriguren (Navarra)

 


 


Hombre de confianza

La flaca Nuria, desnuda contra el paredón. Las tetitas aplastadas, la cara hundida casi entre los ladrillos, vuelta para mirarme. El desconcierto en su expresión me dolió más que si hubiera ofrecido un semblante acusatorio, insultante. Fui yo quien cerró los ojos cuando sonó la descarga. Hubiera dejado para siempre los párpados sellados; el comandante me obligó a despegarlos, al venir a felicitarme. Estreché la mano con gusto a pólvora, sonreí cobarde, eludí la vista del pálido cuerpo decorado con sangre. Me marché el primero. Tenía prisa. El comandante estaba en lo cierto, había nuevas pistas esperando en el confesionario. Además, debía preparar un buen sermón; la mamá de la flaca Nuria confiaba en su cura, merecía escuchar de mi boca lo maravillosa que había sido su hija, condenada a una muerte tan injusta.

Juan Pablo Goñi Capurro

Olavarría (Argentina)

 




Una segunda oportunidad

El primer marido apareció una mañana de abril atado a una señal frente a la estación de autobuses. Poco después, y tras una llamada anónima a la policía, encontraron a dos mellizos dentro de una caja junto a un contenedor del recinto ferial. A otro lo dejaron sin nota y con una botella de ginebra a las puertas del centro de acogida. Con el verano los abandonos se multiplicaron, hasta el punto de que el consistorio tuvo que realizar una modificación de la ordenanza municipal para favorecer actuaciones como el sacrificio cero y evitar así una masacre.

Esta mañana los voluntarios que los cuidan y preparan han hecho un llamamiento junto al alcalde para que se adopten maridos abandonados ante la saturación existente. Desde la protectora confiesan que no albergan muchas esperanzas de éxito con esta campaña, por eso también ofrecen la posibilidad de realizar paseos solidarios.

Raúl Aragoneses Lillo

Mérida (Badajoz)

 

 



Estudiante de intercambio

En el momento en el que nuestra hija nos anunció que esta noche iba a venir a cenar con su novio sueco y los padres de él, ya sentí pereza. No me acostumbro a ver que se ha convertido en una adulta. Han llegado puntuales y les hemos ofrecido tomar una copa en el salón antes de la cena. Les observo mientras hablan y beben. Él, el padre, debe rondar los cincuenta, tiene un acento extraño y me cuesta entender su inglés; en cambio ella estuvo en nuestro país cuando era joven y sabe nuestro idioma. Mi mujer parece encantada con la idea de unos consuegros suecos, incluso explica un chiste sin gracia de Ikea. Será por los nervios. Nuestra hija también está inquieta, ambos lo están, parecen muy enamorados. Y ahora me planteo cómo explicarles que lo suyo no va a poder ser. Dicen que las hijas suelen buscar a un chico que le recuerde al padre. Debo reconocer que existe bastante parecido si lo comparamos con una fotografía mía con su edad. Qué poco queda de aquel chaval. Pero ella, su madre, la sueca, aún conserva el encanto de entonces; aunque se haga la disimulada riéndose del chiste de Ikea.

Beatriz Díaz Rodríguez

Barberà del Vallès (Barcelona)

 




El trilero

Debajo del paraguas negro siempre hay un hombre; un hombre esquivo, seco, que se esconde bajo tela impermeable y sobre el que los vecinos del barrio conjeturan sin descanso. Existen multitud de teorías sobre qué lo lleva a pasear a diario con su paraguas abierto. Si hace sol porque resulta que es un hipocondríaco que examina su piel cada noche en busca de lunares sospechosos. Si está nublado la mayoría piensa que es precavido como pocos y los días de tormenta eléctrica todos coinciden en que ese hombrecillo desea que lo fulmine un rayo. «¿Quién te ha hecho tanto daño, cielo?», suele musitar una anciana desde su balcón agarrándose la blusa para intentar exprimir el zumo de su pasado.

Sin embargo, es en los días lluviosos cuando todos esos hombres son tan ciertos como el que se mezcla con otros peatones cubiertos por otros paraguas negros. Durante esas horas de lluvia los vecinos le pierden la pista y no les queda otra que aguardar a que escampe para no inventar al tuntún. Pero al apaciguarse los charcos siempre dudan si será ese paraguas abierto el mismo de antes o si el hombre que oculta habrá cambiado, no vayan a interesarse por quien no es quien aparenta ser.

Serai Asteasu 

Vitoria-Gasteiz (Álava)