dilluns, 12 de juny del 2023

MICRORELATS DE MAIG / MICRORRELATOS DE MAYO (1)

 


Publiquem els microrelats que van arribar a les deliberacions finals en la categoria en castellà de la convocatòria de maig.


Recordem que els microrelats concursants publicats al blog s'inclouran en una publicació en paper que recollirà aquells textos guanyadors i finalistes de cada categoria de totes les convocatòries mensuals.




Publicamos los microrrelatos que llegaron a las deliberaciones finales en la categoría en castellano de la convocatoria de mayo.

Recordamos que los microrrelatos concursantes publicados en el blog se incluirán en una publicación en papel que recogerá aquellos textos ganadores y finalistas de cada categoría de todas las convocatorias mensuales.




Momentos cavernarios

La serpiente me salió más gorda de lo previsto, y el hecho me produjo una corta, aunque ruidosa, carcajada. Todos los ojos voltearon hacia mí, y tras ver los trazos excesivos del ofidio se clavaron en los míos con disgusto. Con infinito desprecio me miraron; en unos pocos creí percibir pena. Con el pie, vertí, resentido, el pigmento de un cuenco próximo y entre unos cuantos me sacaron con violencia de la cueva. Al instante, volvieron a sus caballos y a sus bisontes y a aquellas ridículas escenas de caza que se reiteraban en las paredes de la caverna.

Josep Vivancos Martínez

Sabadell (Barcelona)





Delator

Él no lo sabe, pero su hijo nos ha dado una lista en la que figura su nombre. Es el único marcado en rojo. Cuando lleguen al campo, lo llamaremos y lo sacaremos de la larga cola de prisioneros. Aunque no quiera. Los demás seguirán su camino hacia la fosa. Más tarde, lo llevaremos a la habitación donde su hijo le espera. Entonces se le humedecerán los ojos y, sin mediar palabra, le escupirá en la cara.

Josep Maria Arnau de Bolós

Barcelona




 

Posteridad

Es domingo, el último de verano y como todo lo postrero se disfruta de forma diferente. No con ese nosequé de las primeras veces, pero sí con la intensidad de lo efímero, de lo que ya –casi– no es. Un domingo que no debería ser tu último domingo de verano. Un día inverosímil, en el que te encontrarás con él mientras caminas por la orilla. Es más parecido a ti de lo que jamás hubieras imaginado que dos personas podrían llegar a serlo. Os miráis fijamente y una idea se apodera de ti.

Le cuentas tu historia. Tanto dinero lo convence con facilidad. Te embarcas en la difícil misión de que aprenda a ser tú. Tus gustos, forma de ser, tus gestos, la forma de coger la pluma al firmar, hasta ese tic del párpado que todos perciben ya. La conversación se alarga los siguientes días. Tendrá que cambiar de profesión, aprender a crear de la nada historias, recorrer los caminos que tú recorres, olvidarse de los suyos y, sobre todo, querer a los tuyos. Tu abogado vigilará que cumpla el contrato. Sólo entonces y, si nadie lo descubre, cobrará la mitad de tu astronómico testamento.

Miguel Ángel Page Hernández

Madrid

 




 

Encontradizos

Les hago la foto que me piden, con la Torre del Oro al fondo, y les devuelvo la cámara. Ya van unas cuantas esta semana. Es salir del hotel y verlos a cada paso, inconfundibles, él con perilla y gafas redondas y ella con el pelo de colores; alegres y mimosos los dos, como recién casados. El lunes les hice una junto a la Giralda, haciendo ambos el signo de la victoria, y el martes otra, rodeados de palomas en un banco del Parque de María Luisa. La de ayer fue en uno de los patios del Real Alcázar, con divertida y estudiada composición. Se desviven en agradecimientos al entregarles el aparato y yo, aunque un poco serio, les hago gestos de que no tiene importancia, que faltaría más. Se alejan consultando un mapa y señalando a uno y otro lado. Mi mujer y yo nos quedamos mirándolos en silencio cruzar por el semáforo y doblar luego hacia el Postigo del Carbón, buscando tal vez el Archivo de Indias. Creo que ha salido chula, digo yo entonces. Seguro que sí, responde ella; algo parecida a aquella que les hice yo, delante del Big Ben.

Enrique Mochón Romera

Puerto de Sagunto (Valencia)

 




La caja

Al volver del entierro de mamá saqué la caja de los rencores del fondo del armario. Llevaba tanto tiempo ahí, entre las pelusas y los pececillos de plata, que había perdido lustre. Giré el cierre dorado con aprensión y me encontré cara a cara con todo lo que había ido guardando desde niña: los chasquidos de lengua por mis notas, las comparaciones sutiles pero punzantes con mi prima (tan rubia, tan modosa), aquel inolvidable «¿ballet, con ese culo?», las advertencias de que nadie —nunca— me querría… En el fondo de la caja, pegadas al forro de terciopelo rojo, aparecieron unas carencias afectivas resecas y gélidas al tacto. Al principio no entendí, luego me estremecí al reconocerlas: eran de mamá, que siempre dijo que la abuela fue una madre muy fría. Lo repetía incluso al final, cuando ya tenía rotas las costuras de la memoria. Superando mi desazón, lo tiré todo a la papelera. Todo menos la caja. La limpié con un paño y la guardé en la cómoda junto a los patucos y los pijamitas rosas, ya vería qué hacer con ella. Justo en ese momento me dio la primera patada en las costillas y desde entonces no ha parado. Esta no será como su hermano, que es un angelito.

Marta Mayol Font

Palma (Illes Balears)