Publiquem els microrelats que van arribar a les deliberacions finals en la categoria en castellà de la convocatòria de novembre.
Recordem que els microrelats concursants publicats al blog s'inclouran en una publicació en paper que recollirà aquells textos guanyadors i finalistes de cada categoria de totes les convocatòries mensuals.
Publicamos los microrrelatos que llegaron a las deliberaciones finales en la categoría en castellano de la convocatoria de noviembre.
Recordamos que los microrrelatos concursantes publicados en el blog se incluirán en una publicación en papel que recogerá aquellos textos ganadores y finalistas de cada categoría de todas las convocatorias mensuales.
American Beauty
Movimiento de población
En los pueblos, la lechuza anuncia la muerte. Se posa en el
tejado de algún vecino, ulula toda lo noche, y, al día siguiente, hay entierro.
No falla. Conforme se hace vieja, tiene que hacer más paradas por la
fatiga y, por lo tanto, mueren más
vecinos. A veces, por más que ulule, no hay difunto. Entonces los lugareños
montan en cólera y exigen su muerto y su velorio. Como debe ser. Así que el
vecino en cuestión no tiene más remedio que plantearse el morir aunque no tenga
ninguna gana, se considere joven todavía o su cosecha de manzanas esté aún sin
recoger. Inevitablemente termina yéndose al otro barrio, no sin antes
despotricar contra la incultura de sus congéneres y llevarse por delante de un
tiro al maldito pájaro. Entonces la población se recupera y la mortalidad baja
con la incorporación de una lechuza joven, más interesada en copular y cazar
ratones que en presagiar óbitos. Por su parte, la natalidad siempre se mantiene
gracias a un nutrido censo de cigüeñas.
Mar Horno García
Torredonjimeno (Jaén)
La casa lleva cerrada más de tres años. Los pestillos de las
ventanas echados, las persianas bajadas hasta el fondo, la puerta sellada con
trece puntos de anclaje. Dentro, los muebles están cubiertos con sábanas de un
blanco sucio, como fantasmas sorprendidos por una lluvia de polvo. Cuando cada
dos o tres meses vuelvo a comprobar si hay novedades, no puedo evitar que, al
escuchar el sonido de tanto cerrojo franqueándome la entrada, me invada la
sensación de estar profanando un santuario. Me imagino cientos de recuerdos
corriendo a esconderse debajo del sofá o en el interior de algún cajón. Me
parece escuchar sus voces amortiguadas por el recelo, igual que escuchaba los
cuchicheos de las gemelas en las noches de invierno. Todavía puedo sentir sus
pasos diminutos y sobresaltados dirigirse hacia la habitación de sus padres
para advertirles del peligro; la profundidad de su mirada mientras buscan
debajo de las camas y dentro del armario para comprobar que no hay nadie, que
no deben tener miedo. Recuerdo su temblor incontrolado y aquel salto al vacío
como último recurso, juntas, de la mano, hasta el silencio opaco del asfalto.
Ahora, solo deseo conocer a los nuevos propietarios.
Juancho Plaza Gómez
Alcorcón (Madrid)
Todo le hacía gracia al puñetero, la verdad es que lo
pasábamos genial. En cuanto me veía acercarme a su cuna se olvidaba de que le
estaban saliendo los dientes y se echaba a reír. Noche tras noche, procuraba
cerrar la puerta de su cuarto para no despertar al resto de la casa con sus
carcajadas.
Tenía una risa contagiosa. Yo me tapaba la nariz y apretaba
fuerte los labios hasta casi ahogarme, no fuera que alguien me oyese. Si lo
sacaba del edredón para volar por el techo chillaba y pataleaba como un
condenado, era lo que más le divertía; si me daba por girar la cabeza hacia
atrás se partía de la risa; y palmoteaba y hacía gorgoritos cuando me ponía
bizco y sacaba la lengua. Después, agotado de tanto jolgorio, solía quedarse
dormido y yo regresaba a esconderme dentro del armario.
«A ver cuándo te dejas de memeces y empiezas a trabajar en
serio» me reprochaba a mí mismo algunas noches, mientras recogía la víscera del
suelo y volvía a ponérmela en la boca. Esas noches, evitaba mirar el reflejo en
la ventana de una cara peluda y unas orejas gachas.
Susana Revuelta Sagastizábal
Santander
American Beauty
Fue en el cine Gónviz. Yo tenía quince. Me besó justo cuando
la bolsa blanca emprendió su vuelo anárquico y etéreo. El protagonista hablaba
de que había vida bajo las cosas. Yo solo podía pensar en su lengua. Abrí un
ojo y me concentré en aquella danza hipnótica. Supongo que eso es la belleza.
El equilibrio. Un perfecto ejercicio de sincronización. La bolsa. Sus labios.
El deseo. La electricidad.
Ayer lo encontré en el pediatra. Sabía que se había casado,
pero no que tuviera niños. Su mujer amamantaba un bebé. Boca. Pezón. Dentro.
Fuera. Dentro. Fuera. Javier, grité. Y mi hijo dejó de molestar a una niña
rubia. Javier también me miró. Desvié la vista hacia la ventana. Hacia un
enorme liquidámbar. Rojo. Marrón. Naranja. Javier, dijo su mujer. Y mi hijo
dijo qué. Y él dijo qué. Y su hijo siguió mamando. Dentro. Fuera. Dentro.
Fuera. Entrecerré los ojos, esperando ver brotar mil bolsas blancas de las
ramas del árbol. Nada. Hasta que nuestras miradas se cruzaron. Un segundo. Dos.
Doce. Setenta y ocho. Tras la ventana, comenzó a llover. El liquidámbar agitó
sus ramas. Hay vida debajo de las cosas, pensé.
También pensé en su lengua.
En el equilibrio.
En la puta electricidad.
Arantza Portabales Santomé
Teo (A Coruña)
Teo (A Coruña)