dimarts, 17 de novembre del 2020

MICRORELATS D'OCTUBRE / MICRORRELATOS DE OCTUBRE (2)

 


Publiquem els microrelats que van arribar a les deliberacions finals en la categoria en castellà de la convocatòria d'octubre.

Recordem que els microrelats concursants publicats al blog s'inclouran en una publicació en paper que recollirà aquells textos guanyadors i finalistes de cada categoria de totes les convocatòries mensuals.







Publicamos los microrrelatos que llegaron a las deliberaciones finales en la categoría en castellano de la convocatoria de octubre.

Recordamos que los microrrelatos concursantes publicados en el blog se incluirán en una publicación en papel que recogerá aquellos textos ganadores y finalistas de cada categoría de todas las convocatorias mensuales.




Tornaviaje

Lo peor no era el hambre, sino los desvaríos de la tripulación. El navegante Andrés de Urdaneta buscaba una ruta de retorno a Nueva España desde Filipinas. Sabía que, tras cinco meses de navegación, el cansancio y el escorbuto castigaban tanto como el azote de las tormentas. Las alucinaciones eran frecuentes: dragones, sirenas y monstruos de todas las especies amenazaban el navío, trepaban por los mástiles, se enquistaban en los cerebros y lanzaban a las profundidades a los marineros. Una espiral de locura impregnaba el barco. Sin embargo, Urdaneta sentía que el éxito estaba cerca. Habían enfilado la corriente que los empujaba en buena dirección y, si sus cálculos eran correctos, restaba poco para divisar la costa. Confirmó su previsión al oír el grito de avistamiento del vigía. En lontananza, apuntando con sus cañones, el acorazado Iowa de los Estados Unidos de América, requería por los altavoces la identidad del navío.

Antonio Javier Álvarez Linares

Sevilla

 





Conflicto

El profesor del taller literario le dijo que el inicio estaba bien, pero que la historia decaía pasado el primer capítulo. Necesitaba darles más carácter a los protagonistas e introducir un conflicto. Le hizo caso. Imaginó una serpiente, que convencería a Eva de que comiera el fruto del árbol prohibido.

Plácido Romero Sanjuán

Mancha Real (Jaén)







Recuerdos de mi niñez

Siempre era como cada año, una fecha anhelada. Me levantaba contenta, porque ese día siempre estrenaba ropa, zapatos, o chaqueta, que al ser comienzo de otoño, ya era de manga larga. Ese día era muy importante para mí, y para mis dos hermanas mayores. Lucíamos nuestras mejores galas, y subidas en el coche de mi padre, llevaba sobre mi regazo, un hermoso centro de flores, frescas y coloreadas, cuyos olores me acompañaban todo el viaje. Entrabamos en el campo santo felices, aunque pusiésemos cara de tristeza, por lo que pudiera pensar la familia, que en ocasiones encontrábamos allí. Frente a su foto, rezábamos un padre nuestro, y un avemaría. También tirábamos besos al aire, con la esperanza de que a “Ella”, alguno le llegara. Nos llenaba de gozo, hasta el año siguiente. 

Maria Teresa Puga Requena

Barberà del Vallès (Barcelona)

 

 





Que cada palo aguante su vela

Cada mañana, al ir a trabajar, me encuentro en el ascensor con el niño que fui. A veces tengo la tentación de advertirle de todos los suspensos, decepciones amorosas y fracasos laborales que lo esperan, pero si lo hiciese, él tendría en la vida mucha más suerte de la que yo he tenido, y eso no me parece justo, sobre todo porque al regresar por la noche siempre me encuentro en el ascensor con el anciano que seré, y ese maldito viejo nunca me cuenta nada de lo que me aguarda en el futuro.

Raúl Clavero Blázquez

Madrid

 






Ensaimadas

Debería existir una norma no escrita que permitiera reservar para el invierno el negro en los duelos. Pero en un pueblo a todos rendimos cuentas y a nadie explicamos la verdad. Hoy es la cita con el notario y decido salir con tiempo de casa. Coincido en la sala de espera con el chico que regenta la panadería. Me sonríe y, por inercia, le devuelvo la sonrisa. Tiene una curiosa manera de apartarse el flequillo de los ojos. A mi marido le encantaba ir los domingos a su panadería y comprar ensaimadas. Nos sentábamos en el jardín y yo con mi café americano, él con su té con leche; yo quitando el azúcar a las ensaimadas, él riéndose por esa manía mía, pasábamos la mañana –sin hablar de lo que realmente importaba–. Si la vida no quiso darme hijos, yo no quería azúcar. Cuando la secretaria dice el nombre de mi marido, ambos nos levantamos. Ese flequillo… Salimos de allí también juntos. Insiste en invitarme a tomar un café y charlar; sabe que me gusta americano. Terminamos pidiendo unas ensaimadas y hablamos tanto que incluso olvido quitarles el azúcar.

Beatriz Díaz Rodríguez

Barberà del Vallès (Barcelona)