dilluns, 15 de febrer del 2021

MICRORELATS DE GENER / MICRORRELATOS DE ENERO (1)

 


Publiquem els microrelats que van arribar a les deliberacions finals en la categoria en castellà de la convocatòria de gener.

Recordem que els microrelats concursants publicats al blog s'inclouran en una publicació en paper que recollirà aquells textos guanyadors i finalistes de cada categoria de totes les convocatòries mensuals.



Publicamos los microrrelatos que llegaron a las deliberaciones finales en la categoría en castellano de la convocatoria de enero.

Recordamos que los microrrelatos concursantes publicados en el blog se incluirán en una publicación en papel que recogerá aquellos textos ganadores y finalistas de cada categoría de todas las convocatorias mensuales.







Error histórico

Recibí un mail de una empresa italiana que informaba que otra María Maccagno había cambiado su dirección con dominio @virgilio.it por la mía de gmail. Respondí con un universal «Please unsubscribe». El mensaje rebotó. Los días siguientes me dediqué a ignorar los avisos en los que creí entender que mi homónima había colocado un pedido de mercaderías o algo así. La alarma se encendió cuando llegó un reclamo de pago incumplido. Entonces hice lo que debería haber hecho desde un principio: reenvié el correo electrónico a la antigua cuenta de la otra María. Inmediatamente, con la indiferente cordialidad que corresponde al cargo de CEO que ostenta debajo de nuestro nombre, me pidió disculpas y prometió solucionar el malentendido. Debe de haberlo resuelto, porque dejaron de llegarme intimaciones. Pero sigue en deuda conmigo. Desde la fortaleza vidriada de su oficina en Milán no responde a mis preguntas sobre cómo es, dónde y con quién vive, qué estudió, qué proyectos tiene, qué espera de la vida. Es decir, cómo podría haber sido la mía si mis abuelos no hubieran emigrado al sur de América después de la Primera Guerra Mundial, en busca de un destino mejor que no encontraron.

Mónica Brasca

Santa Fe (Argentina)

 





 

El buen samaritano

Desde la cristalera observa el interior de la sala. Hay dos mujeres y un hombre que charlan para hacer más llevadera su espera y una joven con ojos llorosos que estruja un pañuelo de papel. Entra y se dirige hacia ella. La joven se levanta para preguntarle por el chico del accidente y escucha con atención sus palabras: todo ha salido bien, la operación ha sido un éxito y pronto podrá pasar a verlo. Ella se relaja y en sus labios asoma una sonrisa de agradecimiento. Él se siente orgulloso de haber cumplido con su misión. Porque conoce la importancia de cada momento que se le roba a la desdicha.

Después entra en el vestuario, se quita la bata y el gorro de cirujano, los guarda en la mochila y abandona el hospital. Siempre se queda con ganas de saber las verdaderas noticias del médico.

Paloma Casado Marco

Santander

 

 

 

 


 

Memoria RAM

El escritor Alexander Pancraft tenía la mala costumbre de olvidar lo que escribía. De hecho, no era infrecuente que sus novelas comenzaran en una aldea española de mediados del siglo XIX y terminaran en una ciudad china durante la dinastía Ming. Sus personajes cambiaban de personalidad de un capítulo a otro, desaparecían sin aviso o morían varias veces en un mismo libro. 

Sorprendido ante la crítica de esas extravagancias narrativas, decidió emplear a una secretaria para que le ordenara los escritos y le evitara tales incoherencias. La cosa fue bien: a partir de entonces, sus novelas se centraron en tiempo y espacio. Sin embargo, el desorden se trasladó a su propia vida: olvidó su infancia casi por completo, empezó a desconocer a su perro y varias veces confundió a su secretaria con su esposa. 

Murió lentamente a fines del siglo XVIII en un pueblo del sur de Francia, sin pena ni gloria, rodeado de desconocidos. Otros, en cambio, afirman que nunca fue escritor sino militar y que murió en una batalla de la Segunda Guerra Mundial, en algún lugar del Pacífico. Otros dicen que no ha muerto y que sigue ejerciendo la medicina. Wikipedia ni siquiera lo registra.

Marcelo Jaime

Las Flores (Argentina)

 






Los suicidas

El más complaciente es el clásico de toda la vida, el que lo hace por amor, y que abunda sobre todo en otoño. Pero también satisface el acuciado por las deudas, que prolifera en cualquier época del año. Lo mismo que el adorable artista fracasado. O el solitario sin más, tan propio del invierno. Tampoco dejan de interesar, más típicos de la primavera, los motivados por algún chantaje. Ya sea sexual, financiero o criminal.

Es fácil imaginarlos a todos ellos, haga calor o frío, transitando con niebla, helados y cabizbajos, por ese túnel sin luz al fondo, sin una puerta lateral de emergencia por la que escapar. Hasta que llegan tiritando a la única y fatal decisión de fugarse por las venas. De creer hallar una salida con gas. De intentar liberarse mediante una soga, un disparo, un balcón. Empeñarse en huir con pastillas, con trenes o tranvías. Y en el último instante, al descubrirlos dudando, antes de que logren arrepentirse del todo, asomar por detrás y susurrarles al oído: te aliviará.

Miguelángel Flores

Sabadell (Barcelona)

 






Obsesión

Pasé toda la noche inquieta, sentada en el sofá. Pensando en las llamadas de aquella mujer -cada vez más frecuentes y a deshoras-. Aguardé a la luz del sol con la esperanza de que ocultara mis malos presagios. Pero el silencio de la mañana me trajo la verdad. Faltaban sus pasos, el chapoteo de la ducha sobre su piel y el aroma a café fuerte que estimulaba su imaginación.

De pronto, me vi de pie. Era mi primera ocasión de actuar sin su voluntad. Entré en su cuarto. Solo encontré su manuscrito inacabado sobre la mesilla. Junto a él, una carta con olor a violetas. La rabia sacudió mi cuerpo -me había hecho usar el mismo perfume-. Leí el papel sin remordimientos. Ella le suplicaba que abandonara su obsesión, que acabaría destruyéndolo. Y le prometía una vida serena y placentera a su lado.

Entonces sonreí -sabía que iba a volver-. No era el desamor la causa de su marcha sino el miedo a la mediocridad. Y yo soy más fuerte. Él no podría dejar de escribir. Seguro que estaría ideando un buen conflicto para hacer avanzar la historia. No iba a tenerme siempre sentada en un sofá. Mientras tanto, fui a hacer café.

María Gil Sierra

Madrid