Compás de espera
Lo más irritante de los suicidas
de nuestro edificio es que nunca terminan de saltar. Suben, se instalan y allí
se quedan, quietos como pasmarotes. Permanecen estáticos como gárgolas a lo
largo del friso de la fachada. Llegan planeando, se posan alineados sobre la
cornisa y ya no se mueven. Ni siquiera
pestañean, aunque de vez en cuando te miran de reojo y se pasan el día
gorjeando como palomos. Y que ni se te ocurra comentarles algo porque te
atraviesan con la mirada, como diciéndote que quién te crees tú para decirles
cuando tienen que saltar.
José Manuel Dorrego Sáenz
Madrid
De bolsillo
La señora de la casa sabía que
aquella vieja sábana no era otra cosa más que un fantasma. Quizás por eso, cada
vez que la usaba, ella se acostaba desnuda. Quizás por eso, él se volvió dócil
y permisivo. Quizás por eso, tuvieron mellizos: uno era rosado, chiquito, de
carne y hueso; el otro, también era chiquito, pero blanco y de algodón, como
todo buen pañuelo.
Gabriel Bevilaqua
Zárate (Argentina)
Hijo predilecto
Para cuando le dejan hablar, el
joven campeón del mundo casi ha gastado el paquete de klínex que usa para
contener la emoción que le embarga. Con la sala de plenos abarrotada de gente,
ha escuchado, de labios del alcalde, el sincero agradecimiento de sus
convecinos por haber convertido su modesta localidad de origen en un lugar de
referencia para el mundo del deporte, lo que augura un futuro lleno de
prosperidad. También ha recibido en primicia la noticia de la inminente construcción
de un pabellón deportivo que llevará su nombre, y que será un estímulo para las
nuevas generaciones.
Pero a estas alturas, la nueva
celebridad tiene muy claro que si toda esa inversión se hubiera llevado a cabo
cuando él era un don nadie, no habría hecho falta que emigrara a la otra punta
del planeta para conseguir fama y fortuna. Y casi con toda seguridad, otros
como él habrían triunfado en su misma especialidad, de haber contado con un
apoyo institucional que siempre brilló por su ausencia.
Por ello, cuando al fin cesan los
aplausos y se hace el silencio, el nuevo y flamante hijo predilecto de la ciudad,
sosteniendo en su mano el último pañuelo desechable, se dispone a tomar la
palabra.
Pedro Herrero Amorós
Castellar del Vallès (Barcelona)
Hambre
El batallón devoró otro guiso de
nabos y zanahorias, única ración de campaña para toda la jornada. Así era
difícil ganar una guerra, ni mantener los procesos vitales. El añadido de
alguna rata apenas compensaba las carencias.
No faltaban voluntarios para
misiones de exploración o envío de mensajes, en el convencimiento de que
comerían mejor si eran capturados. El enemigo estaba bien abastecido de
productos frescos, además de carne enlatada, pan, queso, galletas, chocolate,
tocino y hasta cigarrillos. La mención de tales exquisiteces aguijoneaba sus
cuerpos famélicos. El tiempo se deshacía sin otro cambio que un incremento de
la ansiedad.
Aullaron las sirenas de alarma.
Pese a que los ataques nocturnos eran frecuentes, cada vez resultaba más
enojoso ver a esos soldados tan bien nutridos bajo la luz de las bengalas. Los
gritos de los asaltantes no acallaban el clamor de sus estómagos. La
desesperación fue un estímulo para repeler aquel ataque.
No hubo prisioneros, ni compasión
con los heridos. Lejos de celebrar su resistencia heroica, les resultó
decepcionante que los abatidos no llevasen encima ningún tipo de provisiones.
Al amanecer ya habían dado cuenta
del primer cadáver.
Ángel Saiz Mora
Madrid
Invisibilidad de las cadenas
Ni los pies desollados, ni las
llagas infectadas de las manos. El ritmo desbocado del corazón. Eso era lo que
la preocupaba. No podía detenerse. Ahora no. Vio la luz al fondo. Una claridad
diluida en la negrura de aquel nido de serpiente, como llama oscilante de vela.
Avanzaba con un soplo de mano en la nuca a punto de agarrarla. No podía creer
que hubiera llegado tan lejos. Cuándo ocurriría. Cuándo la devolvería al
cautiverio. Sin embargo, cinco pasos, cuatro, tres, dos, uno, y el sol cegando
sus ojos maltratados por la oscuridad. Los cerró y levantó la cara al calor.
Después bajó la cabeza y corrió. Una carrera corta con parada en seco.
Comprendió por qué la había dejado escapar después de, no llevaba la cuenta,
años encerrada. Entendió, aterrada, lo ficticio de su liberación.
Lola Sanabria García
Madrid