Condiciones climatológicas
adversas
Una densa capa de niebla se
instaló en casa. Lo más gracioso es que ni siquiera era invierno. Al principio
fue un auténtico problema. Nos chocábamos por el pasillo o nos sentábamos
encima de alguien. Mi hermano mayor, que es más ordenado y estudia ingeniería,
nos convocó a una reunión y establecimos unas normas y unos turnos para las
zonas comunes. Dejamos de ver la televisión y escuchábamos la radio. O
charlábamos durante horas. Así fue como descubrimos anécdotas de cuando mis
padres eran pequeños o mi abuela tan joven que ni siquiera la reconoceríamos. Y
todos reíamos. Siempre eran las mismas historias y cuando alguien las volvía a
explicar, acabábamos al unísono la frase y de nuevo reíamos. Qué divertido era.
Digo era porque un día mi hermano, el ingeniero, increpó a la abuela que era la
enésima vez que lo explicaba y que ya no tenía gracia. El silencio se apoderó
de nosotros. Ni siquiera la niebla pudo con él. De vez en cuando sentimos
nuestras respiraciones o un leve roce al cruzarnos por el pasillo. Y sabemos
que nadie se ha ido porque al que le toca fregar los platos, siempre se los
encuentra vacíos.
Beatriz Díaz Rodríguez
Barberà del Vallès (Barcelona)
Cría cuervos
«En este trabajo no se pueden
tener escrúpulos», solía decirme mi padre siempre después de matar. Me
repateaba oír la dichosa frase una y otra vez, pero asentía en silencio
mientras que lanzaba al río el cuerpo del desgraciado que acabáramos de
asesinar. De todas formas, el tipo era bueno en lo que hacía. De él no solo
aprendí el oficio, sino a acatar las órdenes sin pestañear. Lo que nunca me
enseñó es a leer ni a escribir. El pobre diablo era analfabeto, por lo que me
tocó buscarme la vida y estudiar. Aunque reconozco que no había nadie igual
para la tortura o la extorsión, su fallo era que los papeles le daban grima.
Prefería las comunicaciones de palabra, cara a cara o con una llamada
telefónica. Ya estaba muy mayor. Fue una suerte que el jefe enviara por carta
el último encargo.
Jesús Navarro Lahera
Madrid
Elige tu propia aventura
Apareciste al escoger continuar
por la página 5 y me enamoraste con solo leer tus ojos almendrados. Al final de
la 8 tomé la siguiente decisión (perseguir tu elegante figura de presunta Mata
Hari en lugar de ir tras los tres individuos de acento ruso) y nos casamos al
principio de la 15. Terminando ese capítulo habían nacido nuestros dos hijos.
Unas cuantas páginas después, un poco aburrido de tantas descripciones sin
acción, te fui infiel. Crisis que superamos al elegir correctamente pasar
página y empezar de cero en la 54. Pero hartos de compartir cama y lectura, en
la siguiente bifurcación nos separamos. Yo a la 89, tú tras tu sueño de
Hollywood. Entonces todo se descalabró y me di cuenta de que quisiera seguir
leyéndote toda la vida.
Busco desesperado el desvío que
me lleve otra vez a ti. Pero me temo que tú ya te has cambiado de libro.
Patricia Collazo González
Alcobendas (Madrid)
Desocupada
Confiando plenamente, dejó de
cerrar con dos vueltas de llave al ausentarse. Desde que había oído hablar de
ellos, no se los quitaba de la cabeza. A veces salía sin necesidad y aguardaba
en la esquina durante horas, convencida de que llegado el momento podría
persuadirlos con facilidad. Había pensado ofrecerles ser la abuela, una madre
viuda, la suegra, una tía del pueblo: lo que quisieran, con tal de que
aceptaran. Estaba decidida a conseguir que una familia entera entrara a ocupar
el vacío de su casa y acabar así, de una vez, con la despoblación de su pecho.
Miguelángel Flores
Sabadell (Barcelona)