dijous, 18 de maig del 2023

MICRORELATS D'ABRIL / MICRORRELATOS DE ABRIL (2)

 


Publiquem els microrelats que van arribar a les deliberacions finals en la categoria en castellà de la convocatòria d'abril.


Recordem que els microrelats concursants publicats al blog s'inclouran en una publicació en paper que recollirà aquells textos guanyadors i finalistes de cada categoria de totes les convocatòries mensuals.




Publicamos los microrrelatos que llegaron a las deliberaciones finales en la categoría en castellano de la convocatoria de abril.

Recordamos que los microrrelatos concursantes publicados en el blog se incluirán en una publicación en papel que recogerá aquellos textos ganadores y finalistas de cada categoría de todas las convocatorias mensuales.






Motivación para seguir muriendo

Los suicidas, a veces, nos despertamos con ganas de vivir. Por fortuna son episodios aislados y los soportamos tirando de recuerdos. Evocamos nuestros desengaños, nuestro aislamiento y nuestros numerosos fracasos. Aunque, lo que más nos ayuda en estas crisis, es revisar la nota de despedida tantas veces reescrita. Volvemos al punto de partida al comprobar que estamos cerca de lograr las palabras que transmitan una exculpación masiva, un reparto equitativo del cariño. Altas dosis de emoción. Hará que se nos recuerde, al fin, por haber logrado algo sublime.

Yolanda Nava Miguélez

León




 

El viaje

El sol ya se había escondido tras la truncada línea del horizonte. Había cerrado los ojos un momento para descansar la vista, mientras el dulce discurrir del coche sobre el pavimento lo mecía suavemente. Como un sonido ajeno, algo perturbó su descanso. Entreabrió los ojos ligeramente y, entre el continuo oscuro del salpicadero del coche, pudo distinguir varias luces. Eran las 21:33 de la noche. Un silbido agudo cortaba el ambiente que separaba al conductor del copiloto. Dirigió la mirada hacia la luz que parpadeaba: el símbolo de cinturón desabrochado parpadeaba incansable. Miró rápidamente hacia el freno de mano y descubrió lo que temía: ambos cinturones estaban perfectamente abrochados. ¿Por qué se había encendido aquella luz? Miró entonces al conductor, el cual con gesto cargado de hastío deslizó la mirada hacia la parte trasera del coche, apenas iluminada. En aquel momento, el silbido acalló. Un sudor frío recorrió su espalda. ¿Quién iba en la parte de atrás? Sin apenas mover el cuerpo, miró por el espejo retrovisor. No veía a nadie. Al menos no distinguía a nadie. Pero la luz seguía ahí, avisando de que alguien no llevaba abrochado el cinturón.

Carlos Conejero Moreno

Casar de Cáceres (Cáceres)





 

Migraciones

En verano nos mudamos y yo empecé a enterrar tesoros en un nuevo  jardín: los pendientes de la abuela, que todos daban por perdidos; los zapatos de charol de Julita y un botón dorado del uniforme de papá. Es una extraña costumbre, pero mamá le quita importancia. Dice que soy su pequeña urraca, y que recojo todo lo que brilla para adornar nuestro nido. De Julita, en cambio, dice que es una cotorra, porque charlotea sin parar y repite todo lo que escucha.

La gente murmura. El jardín se nos está llenando de hoyos, al tiempo que sus bolsillos se van vaciando de monedas, canicas de colores o anillos. Una vecina protesta: le ha desaparecido un reloj de pulsera. Mamá la tranquiliza y la invita a merendar. Su hijo juega con nosotras en el jardín, cuenta hasta cien y su cabello refleja el sol de la tarde. Me recuerda un canario que tuvimos y al que sepultamos entre las azaleas. Pero eso fue hace tiempo, en otro jardín.

Mamá y la señora han acabado el café. Al niño rubio le ha tocado esconderse y no responde a la voz de su madre. Julita salta sobre un solo pie y repite, una y otra vez, que vamos a tener que mudarnos de nuevo. Yo escondo las manos en los bolsillos, sucias de tierra.

Anna López Artiaga

Sant Joan Despí  (Barcelona)



 

 


Imaginario

Mis padres, que nunca aceptaron la muerte de mi hermano, actuaban como si él siguiese vivo. Harto de compartir mi cuarto con quien ya no existía, de ver como cada día se enfriaba su plato de sopa en la mesa o de heredar una ropa que se le quedaba pequeña sin haberla usado, un domingo que salimos de excursión en familia, aprovechando un descuido, empujé con todas mis fuerzas el recuerdo de mi hermano al río. Por desgracia mi padre, que al parecer oyó sus gritos, se tiró para salvarlo aun sin saber nadar. Y como no hay nada malo que no pueda empeorar, ahora, además de un hermano, tengo un padre imaginario.

Alberto Jesús Vargas Yáñez

Madrid

 




 

Arranque

Me habían hablado de la vida después de la muerte, ya sabía yo algo de este tema. Que no morimos del todo, que el cuerpo se va pero queda el recuerdo en los seres queridos, de manera que seguimos presentes en un plano virtual. Incluso en la mente de alguien ajeno al que, por motivos inciertos, se le ocurra evocarnos. Por eso, en principio, no me extrañé cuando, a poco de abandonar el mundo de los vivos, abrí los ojos en la memoria de mi mujer, cuando trataba de arrancar el coche en una gélida mañana de marzo. Con franqueza, me habría gustado preguntarle qué tenía que ver mi recuerdo con un problema de arranque, considerando que era siempre yo quien conducía. También aparecí en el sueño erótico de un vendedor de seguros. Aquello aumentó mi perplejidad y pensé que no tenía sentido. Pero el colmo fue comprobar que el enlace entre ambas evocaciones era una habitación de hotel en la que, al parecer, el vendedor aguardaba a una dama para una cita que no llegó a consumarse. En medio de la turbación, entendí que mi recuerdo no siempre sería agradable. En fin, sólo lamento no llegar a tiempo de decirle a mi esposa que –en el arranque– no hace falta pisar el acelerador.

Pedro Herrero Amorós

Castellar del Vallès (Barcelona)