dimarts, 16 de juny del 2020

MICRORELATS DE MAIG / MICRORRELATOS DE MAYO (1)



Publiquem els microrelats que van arribar a les deliberacions finals en la categoria en castellà de la convocatòria de maig.

Recordem que els microrelats concursants publicats al blog s'inclouran en una publicació en paper que recollirà aquells textos guanyadors i finalistes de cada categoria de totes les convocatòries mensuals.







Publicamos los microrrelatos que llegaron a las deliberaciones finales en la categoría en castellano de la convocatoria de mayo.

Recordamos que los microrrelatos concursantes publicados en el blog se incluirán en una publicación en papel que recogerá aquellos textos ganadores y finalistas de cada categoría de todas las convocatorias mensuales.










Casa vacía

Acabó de escuchar el mensaje grabado en el contestador. El tono de la voz era calmado, sin atisbo de hostilidad, como si una separación pudiera llevarse a cabo de forma civilizada, aunque a ella las palabras le sonaron despiadadas: Marina, pasaré a recoger la maleta mañana a las cinco, si no quieres verme déjasela al portero. Corrió al dormitorio a abrir el altillo donde guardaba las maletas, miró como quien busca alguna cosa pero no sabe qué y rompió a llorar. Ni se llamaba Marina ni nunca había tenido la maleta de nadie en casa.

Lluís Talavera
Barcelona












"Para Claire"

Bungalows para gente sin esperanza. Así era el hotel que reservó Claire.
Cada día íbamos a una playa cercana. Lucy participaba en los talleres infantiles y, durante ese tiempo, podíamos ignorarnos sin disimulo. Tras cenar, tomábamos algo en el bar pero Claire insistía en retirarnos en cuanto Lucy se dormía.
Una noche dije a Claire que se acostaran, que yo me quedaría un rato. Tras varias cervezas escuché aplausos y apareció una cantante en el escenario. Llevaba un vestido amarillo que me hizo delirar, ajustado y amplio donde debía serlo. Contrastaba con su piel morena. Yo estaba medio borracho y, mientras cantaba, solo podía pensar en levantar ese vestido y follármela. Mi mundo se redujo a eso.
Tras la actuación pregunté al camarero si era posible felicitarla. Me dio acceso al almacén que hacía de camerino pero ya no estaba allí, solo encontré un tenue aroma a coco. En una silla reposaba el vestido amarillo. Lo escondí en mi chaqueta y huí, apresurado.
La mañana siguiente, logré que una camarera lo lavara y planchara por veinte dólares. Compré una gorra en la tienda, le coloqué su etiqueta, lo envolví de regalo y escribí: "Para Claire". Y lo coloqué sobre su almohada.

Salvador Terceño Raposo
Sevilla








Me negarás tres veces

La humedad de tus labios hizo crecer el musgo en mi piel. Pero se estaba secando. Por eso vine a buscarte a la ciudad. Tus hermanos y tus padres volvieron al cortijo después del verano. Tú no. Tú seguías en Estados Unidos, con la memoria llena de mí—así lo dijiste en tu despedida—.

Me enteré por mi madre de tu regreso y conseguí acudir a tu fiesta sorpresa. Apareciste a la vez que la noche. En cuanto te sentí, me abalancé a la puerta. Tú, en cambio, ni siquiera te fijaste en mí. Entraste con esa rubia americana ansioso por presentarla a la familia. Volviste a ignorarme cuando te ofrecí algo de comer. Y otra vez al pasar junto a ti con las bebidas. Abandoné la bandeja en un rincón. Allí quedaron algunas copas llenas, la cofia que llevaba y mi inocencia. Al salir, oí cantar a un gallo. Y nadie me  lloró.

María Gil Sierra
Madrid








La última bala

Después de muchos años de insistencia por su cuenta, y tras fracasar con cada método, —a cuál más desesperado—, Ethan Marshall está a punto de arrojar la toalla. Mientras camina cabizbajo por Westminster, y maldice el destino entre dientes, se detiene frente a Scotland Yard, y con más resignación que disposición de ánimo, decide entrar para que puedan empezar la búsqueda con la mayor celeridad. Lo primero es hacer un retrato robot, de modo que el oficial de policía le ruega que no escatime en detalles: cabello negro como el azabache, ojos verde oliva, tez lechosa, nariz respingona y labios carnosos. Sin olvidar una sonrisa perfecta, reclamo de cualquier anuncio publicitario. Por último, le pregunta por la edad y por el nombre. Que se conserve bien, entre 20 y 30 años, a poder ser. El nombre le da igual.

Iñaki Goitia Lucas
Oñati (Guipúzcoa)









La siesta

Los primeros aullidos rebasaron el espacio entre la talanquera y la casona, dividiendo al mediodía en dos. Se alzaron, reverberantes, sobre el polvo reseco y los corrales, como espasmos de aire caliente que apenas alcanzaban el portal infinito y exageradamente quieto. El estertor de Negrita bajo la trampa que su cuello no supo evitar, se fue apagando a medida que el reloj de la sala sumaba otra nueva campanada. No fue mayor el peso de la talanquera rota que el sopor con que la familia entonces espesaba una siesta, interminable, definitiva; mientras la perra de todos quedaba con el hocico atrapado por terrones, y la certeza de que junto a su aliento aplastado moría absurdamente también nuestra inocencia.

Manuel Armando Navea Fernández
Cárdenas (Cuba)