Meditación
Después de tanto estrés, con el
corazón a punto de saltarme del pecho, intento calmarme. Decido poner en
práctica mis clases de mindfulness. Pensar en el pasado me hace sufrir y el
futuro me causa mucha preocupación. Intento centrarme en el presente. Me tumbo
en el suelo y cierro los ojos. Soy consciente de mi espalda sobre las frías
baldosas. Comienzo a respirar profundamente con el abdomen. El olor ferruginoso
del cercano charco de la cocina inunda mis fosas nasales aunque, no me resulta
desagradable. Empiezo a relajarme, mi mente se centra en mi respiración.
Aparece un pensamiento, lo identifico, digo para mí: “pensamiento” y, lo dejo
marchar. Me concentro en el aquí y el ahora. Las ideas se van diluyendo.
Después de un buen rato, abro los ojos. Me siento tranquila. La ansiedad se ha
ido. Pero el cadáver sigue aquí, obstinado.
Mar Horno García
Torredonjimeno (Jaén)
Espino blanco
-Cada día es un sobresalto. Ayer
comenzó a mirar por la ventana y en apenas cinco minutos llenó de lava el
salón, la semana pasada encontré un soldado tártaro en la cocina, y hace un par
de meses, mientras mojaba, ensimismado, la magdalena en el café, hizo que un
cohete atravesara la casa a toda la velocidad y que saliese al exterior por la
chimenea. Se estrelló a las afueras de Amiens y, gracias a Dios, nadie salió
herido. Además, todas las noches, en cuanto cierra los ojos, cubre de algas el
techo del dormitorio, las paredes de corales, y el suelo de crías de tiburón.
Estoy agotada – confesé al médico -. De hecho, creo que de haberlo sabido
antes, jamás me habría casado con un tipo de imaginación tan incontenible.
-La comprendo, señora Verne, pero
he de decirle que el de su marido es un comportamiento habitual entre
escritores.
-¿Y tiene remedio?
-Claro que sí, toda enfermedad
puede tratarse – dijo.
Desde entonces, antes de dormir,
tomo la infusión de espino blanco que me recetó, una bebida repugnante que, sin
embargo, me hace soñar invariablemente con editores de gustos anticuados, los
únicos capaces de mantener a raya las fantasías más alocadas de mi esposo.
Raúl Clavero Blázquez
Madrid
Completamente solo
Te internas en el área. Solo,
como cuando quedaste colgado de una concertina aquella primera vez. Como lo
estuviste luego al intentarlo por mar, solo entre los gritos de los cuerpos que
se hundían. Solo escabulléndote desde la playa. Solo en el área contraria. Sin
papeles, ni dinero, ni nada, solo con miedo. Malviviendo apenas, en los
márgenes. Solo cuando te llevaron a aquel campamento donde apareció el ojeador
como un milagro, y te prometió que ya nunca estarías solo. Solo en aquel equipo
de tercera. Solo cuando el representante, y el fichaje, y los periódicos. Solo
ante aquel estadio imitando aullidos de mono. Solo para firmar el contrato: no
te preocupes, chaval, nosotros nos ocupamos de nacionalizarte y en dos días
estás jugando en la selección. Solo en el vestuario, solo ante la masa que
ahora corea tu nombre, que te pide autógrafos mientras sospecha de tus hermanos.
Solo ya ante el portero, no te distraigas, para el tanto decisivo. El país
pendiente de tus botas. Serás leyenda. Te amarán para siempre. Te perdonarán lo
que eres. Solo a ti. Salvo que hagas esto que estás haciendo: el toque suave
con que entregas el balón directamente a las manos del portero.
Tomás del Rey Tirado
Sevilla
Un día especial
Encontré un billete de cincuenta
euros entre las hojas caídas de los árboles mientras paseaba por el parque.
Había escuchado historias sobre este tipo de hallazgos entre mis compañeros,
pero siempre creí que era una tomadura de pelo o ellos unos ingenuos. Aunque
ahí estaba ese billete y era real. Lo cogí, me lo guardé en el bolsillo y, sin
dejar de acariciarlo, pensé en gastarlo en lo que nunca hacía. Compré el
diario. Sentado en la terraza de un bar lo leí y desayuné un bocadillo de
jamón. Fui al cine, a la sesión doble, y comí palomitas. Merendé un par de
hamburguesas con su menú de patatas y refresco. Compré pilas para mi vieja
radio y pedí que me devolvieran todo el cambio en monedas. Las conté dejándolas
caer una a una dentro del vaso del refresco. Coloqué las hojas del diario sobre
mi pecho y regresé a la puerta del supermercado que aún no había cerrado.
Beatriz Díaz Rodríguez
Barberà del Vallès (Barcelona)