Final cut
El productor apura la copa de
armañac y se desnuda con calma, satisfecho de que, por fin, la actriz haya
entrado en razón. Una sutil amenaza de despido siempre funciona. La observa en
plano general. Después, unos cuantos primeros planos: ojos, pechos, labios.
Corre las cortinas y enciende la lámpara de la mesilla.
-¡Luces y acción! – ordena,
sonriente. La mujer se le aproxima en un travelling contrapicado. Paso firme.
Pelo recogido. Zoom de acercamiento hacia unas tijeras escondidas en la palma
de su mano derecha.
-Corten – susurra ella.
Él grita. Una paloma alza el
vuelo en panorámica sobre el tejado del hotel. Fundido a negro.
Raúl Clavero Blázquez
Madrid
Era el bandido más preciado de
todo el lejano oeste. Llevaba años en búsqueda y captura, y ofrecían una buena
recompensa por él. Pero lo reclamaban vivo, sin este detalle ya le habrían
disparado hace tiempo. Fueron muchos los pistoleros que le dieron caza en un
remoto condado y luego tenían que llevarlo hasta el sheriff que pagaría por él,
aunque nunca alcanzaban al destino con el prisionero: siempre lograba escapar a
pocas millas de la población.
El fugitivo había dado el mayor
golpe jamás visto al atracar el banco cuando rebosaba oro y diamantes extraídos
de la mina vecina, convirtiéndose en un hombre odiado y envidiado. Desde
entonces, se puso precio a su cabeza. De hecho, él mismo compensó con una
jugosa cantidad al sheriff para que fijara la retribución solo si lo entregaban
con vida. También premiaba con una generosa paga a quien, en una parada de la
diligencia cercana al pueblo, le ayudaba a huir con un meticuloso plan sin que
nadie resultara herido. Y es que al ladrón le gustaba viajar acompañado y lo
conseguía cada vez que se dejaba atrapar por un cazarrecompensas bien lejos de
su hogar.
M.Carme Marí
Castelldefels (Barcelona)
Píldoras para perder el miedo
Desde niño, Octavio siempre ha
tenido miedo a equivocarse. Se lo inoculó su madre de un bofetón, tras
confundirse de marca de tabaco. Aunque el enrojecimiento de su mejilla
desapareció en horas, aquello bloqueó algo en su mente.
Años después, dejó los estudios,
incapaz de afrontar el examen más sencillo. Se sentaba ante la hoja, leía las
preguntas y se paralizaba.
Ahora es operario en una cadena
de montaje. Un trabajo mecánico que no le obliga a pensar. Cada noche vuelve a
casa sin variar el trayecto y cena la misma lasaña precocinada. No se
relaciona, pues teme que los amigos le fallen o enamorarse de quien no debiera.
Apenas sale a la calle. Solo
visita a su madre, pues necesita sus medicinas.
—¡No vayas a confundirte,
estúpido! —le grita desde la cama. Aunque está cada vez más postrada, aún
conserva su furia.
Él no responde y sigue preparando
el pastillero semanal mientras mira la televisión. Están dando su concurso
favorito.
—¿Quién descubrió la Penicilina?
—pregunta el presentador.
Él sabe la respuesta, pero
aprieta los labios para contenerla. Mientras, amontona pastillas en los
casilleros, quizá menos pendiente de la tarea que de la siguiente pregunta.
Salvador Terceño Raposo
Sevilla
Muertos
Los muertos tampoco se soportan.
Mantienen sus vulgares rencillas como cualquier comunidad de vecinos mal
avenida, en su bloque de nichos de escasos metros y paredes mal aisladas. Los
muertos de amor nunca son bienvenidos porque suelen montar escenas de
melancolía y llanto desesperado. No hacen gracia a los muertos de aburrimiento,
más dados al soporífero descanso eterno. Ni a los muertos de risa que no
comprenden el dramatismo de la angustia apasionada. Tampoco gustan a los
muertos de hambre, que están más centrados en el canibalismo al descuido.
Apenas tienen la cordialidad de los muertos de miedo, por simple empatía de
opuestos. Porque el amor no entiende de miedos, y el miedo no se atreve al
amor, ni a nada. Solo los muertos a secas van y vienen, discretos, a sus cosas,
sin molestar a nadie, convencidos de su filosofía de muere y deja morir.
Mar Horno García
Torredonjimeno (Jaén)
Penitencias
Los ve alejarse juntos, felices, liberados y por un instante se arrepiente de su arrebato de ira.
Sabe que ya su soledad será eterna.
Cerca, bajo el árbol de frutos
lustrosos, la serpiente sonríe.
Antonia García Lago
Sabadell (Barcelona)