Llaman a la puerta, pero hace
caso omiso y sigue pelando manzanas. Pelar manzanas la relaja. Y caminar
desnuda sobre las mondas que tapizan el suelo como una alfombra mullida y
silenciosa, húmeda y acogedora. Saca del cesto una manzana que apenas le cabe en
la mano. El tacto de su piel arrugada le produce un aleteo de libélulas viejas
en el bajo vientre. Antes de darle un mordisco, le arranca con la navaja un par
de manchas marrones que le recuerdan los ojos ásperos de su esposo cuando
hacían el amor. Su esposo salió una mañana con el traje azul recién planchado y
ya no regresó. Dijeron que había sufrido un accidente: su vehículo se precipitó
al río camino del trabajo. Nunca encontraron su cuerpo. Días después le
devolvieron el coche como prueba. Estaba lleno de barro y de peces muertos.
Todavía lo conserva. Golpean de nuevo la puerta obstinadamente. “Vete y no
vuelvas más”, grita ella por encima del hombro. Sabe que es él, el narrador.
Amenaza con echarla del cuento por no ajustarse al guión. Lo que no esperaba es
que los enanitos se presentaran con una orden de desahucio. Peleará. Es su
historia y la contará como le dé la real gana, decide mientras pela otra
manzana.
Margarita del Brezo
Ceuta
Al salir de la sesión se produce
un giro que enreda todavía más la trama en su cabeza. En lugar de ser ella la
víctima de las carencias de su madre, se imagina ahora siendo el sujeto cuya
torpeza afectiva su hijo será capaz de describir con todo detalle. Ella sabe
que los primeros años son cruciales. Y que ya no hay vuelta atrás. Se dirige a
la cocina. Entrará en su habitación y le preguntará si le apetece una limonada
para cuando acabe con esa fase del juego de rol. A lo mejor así no la deja tan
mal ante su futuro terapeuta.
Paz Monserrat Revillo
Molins de Rei (Barcelona)
Calabazas
Desde que anunciaron mi boda con
el príncipe, no me dejan en paz. Las llamadas son constantes, la calle está
llena de periodistas y los paparazzi anidan en las ramas de los árboles. Ni con
las ventanas cerradas dejo de oírlos. Ayer quise salir a comprar y no pude
llegar ni a la reja del jardín. Y mientras tanto mi príncipe de cacería. Me
tiene harta, muy harta. Ahora mismo llamo a mi hada madrina y le pido que me
agrande el pie.
Rafael Loscertales de la Puebla
Cornellà de Llobregat (Barcelona)
El nieto
Sintió un fuerte dolor en el
pecho. La muerte se sentó a su derecha. Pálido, la miró fijamente a las cuencas
vacías de sus ojos.
-Hoy no, por favor, mi primer nieto nacerá en pocos días, me gustaría conocerlo-dijo con voz temblorosa.
La muerte, que arrastra una injusta fama de inflexible, tras unos segundos pensativa, sacó una voluminosa agenda negra de debajo de su túnica.
-Me parece una razón de peso. El
próximo siglo y medio estaré tremendamente ocupada. Volveré a por ti, Tomás,
inmediatamente después de llevarme a Federico I de Euroasia, entonces no
atenderé a razones.
Cuando le dio las gracias ella ya
se había ido. El dolor comenzó a remitir. Su esposa, desde la cocina, le llamó,
pues la cena estaba lista. Se levantó raudo del sofá, dio un paso y un
escalofrío recorrió todo su cuerpo. Vería nacer a su primer nieto…también
morir.
Javier Buján Sánchez
A Coruña
El ciclo del agua
Trece horas antes de morir el
hombre juguetea con los pezones de esa mujer que conoció en una aplicación de
citas. Ella gime mientras la lengua del hombre lame esa gota de sudor que
resbala entre sus senos. Esa gota. Esa. La que once horas más tarde asoma,
convertida en lágrima, cuando ella lo bloquea en sus redes. Esa lágrima que su
esposa descubre y besa sin que él le confiese qué le sucede. Es esa esposa la
que, horas después, solloza ante la jueza que le impide el paso a la sala donde
yace su marido. Olvídense del suicida, concéntrense en la lágrima de la esposa
que cae dentro del vaso de la jueza justo antes de que se disponga a beber.
Cuando la jueza eche a correr camino de su casa, se limpiará el sudor con la
palma de la mano. Y de ahí a la barandilla del metro. No se distraigan. La
jueza no es importante. Hay otra mano: la de esa mujer que toca la barandilla y
luego su propio escote. Esa mujer que, les cuento, en cincuenta minutos estará
desnuda en su casa y en setenta tendrá un orgasmo mientras que un hombre que
conoció en una aplicación de citas juega con sus pezones y lame esa gota de
sudor que desciende entre sus senos. Esa gota. Esa mujer. Esa.
Arantza Portabales Santomé
Teo (A Coruña)