Carne
Fulminamos la contención y nos besamos novicia y apasionadamente. Lo hicimos sin ningún pudor ante quienes tenían cosas más importantes en las que pensar.
Creo que nos hubiera dado igual desnudarnos y alojarnos en la locura, pero el frío y la humedad no decían que eso fuera inteligente, así que las manos culebrearon entre las ropas.
Aunque escuchábamos acercarse los pasos sobre el barro, ni nos detuvimos ni pensamos en hacerlo.
A nuestra altura, izó la vista al cielo como bandera necesaria. No le gustaba lo más mínimo, pero en pocos minutos nos iba a dar la orden de salir de la trinchera ubicándonos a merced de los cañones.
Javier Palanca Corredor
Valencia
Biomas Manufacturing S.A.
El bosque avanzaba en la cadena
de producción. El supervisor estimó que cuando instalaran los nidos en las
ramas, removieran la hojarasca y pintaran musgo en las umbrías, se vería más
real. Pero algo le hizo dudar. Revisó el
pedido. No se habían incluido ardillas, ni pájaros, tampoco unas discretas
setas. Otro de los que sacrificaban calidad a cambio de reducir costes. No
deberían trabajar con este tipo de clientes que escatimaban tanto con el
presupuesto. Pero eso era cosa de los de Ventas. Y a esa gente solo le
preocupaba alcanzar los cupos que les imponían.
A escondidas depositó algunos
huevos de cartón piedra, soltó dos ardillas de peluche preñadas y ubicó varias
larvas de plástico. El tiempo haría el resto.
No podía permitir que un bosque
artificial saliera de su fábrica. Si por algo destacaban los productos que
manufacturaban, era por su naturaleza auténtica cien por cien.
Patricia Collazo González
Alcobendas (Madrid)
Ficción
Podría decirse que soy
masoquista. Acudo a verle en brazos de otras y sufro. Hoy ha ocurrido algo
inesperado, justo en el momento en que iba a besar a la protagonista, atraviesa
la pantalla se acerca a mi butaca y, con la voz tomada, me confiesa ser esclavo
por la tiranía de las productoras, que le obligan a simular de modo creíble su
amor por esas arpías. Todo por los contratos y el espectáculo, pero que su
corazón fuera de los guiones, es mío. Entonces el público de la sala aplaude a
rabiar puesto en pie, mientras él me besa con pasión y regresa adentrándose en
la pantalla justo antes del The End.
Pablo Cavero García
Madrid
Alfredo
La verdad es que soy bastante
distinto al de la foto de boda que preside el comedor. Pero ella no lo aprecia.
En mi juventud todavía me parecía menos a ese apuesto novio. Ahora, de viejo,
es cierto que somos todos un poco más iguales y es fácil confundirnos. Por eso
me recogió. Aquel día, cuando me encontró en la puerta del supermercado, se
podría decir que volví a nacer. Pensé que se acercaba a echarme unas monedas y,
sin embargo, me dijo: "Alfredo, ¿qué haces ahí sentado? Ven a ayudarme con
la compra". Me hizo coger un par de las bolsas que llevaba y acompañarla a
casa. "No te quedes quieto como un pasmarote, guarda las cosas en su
sitio”. Y aquí estoy, convertido en Alfredo, de quien enviudó la pobre mujer
unos meses atrás.
M. Carme Marí
Castelldefels (Barcelona)
Ese brillo en los ojos
Me sorprende su desconcierto y,
sin poder creerlo, adivino cómo reprime las ganas de llorar. Por eso le
pregunto que qué coño esperaba hacer aquí. Joder, nosotros teníamos más
cojones. No sé dónde hostias reclutan a los nuevos ahora.
—Pero si no es más que un crío
—dice, con las manos aún temblorosas.
—¡Un crío… una polla! —le grito—.
Este es otro jodido hijo de puta, como todos. Que te entre en la puta cabeza
desde el primer día. Los universitarios siempre son los peores, siempre.
Además, ¿te crees que a mí me gusta tocar los cojones a un tío? Ni con pinzas,
¡joder!
Entonces deja la picana eléctrica
junto al cuerpo desmayado y descubro el brillo en su mirada que tan bien sé
reconocer. «Ahí está, me digo, qué cabrón, algo tenían que haber visto en el
novato», y decido animarlo:
—Ya verás cuando sea una mujer.
Con ellas tenemos carta blanca.
Y enseguida comienza a sonreír.
Rafa Heredero García
Laguna de Duero (Valladolid)