Noches de radio
Desde su icónico programa, el
locutor lleva veinte años acompañando a camioneros, serenos de obra y mujeres
insomnes. Son ellas las que, teléfono en mano y con muchas horas por llenar
hasta el amanecer, van creando el contenido con sus mensajes. Llaman para
comentar películas o pedir canciones. Hablan de su soledad. Cuentan sus más
íntimos pesares y deseos. Algunas no tienen más tema que sus familias; otras
inventan, más que recuerdan, un pasado ideal y lejano.
Últimamente el locutor notó la
ausencia de Zulma, la que dice haber sido Reina de la Primavera en 1970.
Después, la de Marisa, que extraña a los nietos que viven en el exterior. Esta semana no llamó Susy para pedir un
bolero. Tampoco le hizo llegar a la emisora los alfajores de maicena hechos por
ella.
Muy a su pesar, porque no le
sobran patrocinadores, el locutor decidió dar de baja ciertos anuncios de la
primera hora de aire, los de las gotitas mágicas que inducen al sueño.
Mónica Brasca
Santa Fe (Argentina)
Crimen y castigo
Papá siempre decía que los libros
que merecían la pena eran los de tapa dura y hojas amarillentas. Solía pasar
los días encerrado en su despacho y las noches y fines de semana, en su
biblioteca. Mis hermanas y yo debíamos guardar silencio absoluto en casa,
nuestras voces femeninas le recordaban que el heredero aún estaba por llegar.
En algunas ocasiones se marchaba de viaje durante unos días por negocios. Yo aprovechaba
sus ausencias para devorar aquellos libros. En una de ellas entré en su
despacho y me senté en el gran sillón de su escritorio. Con voz solemne imité
su habitual discurso de moralidad. Mi curiosidad me llevó a revisarlo todo sin
encontrar nada de interés, ya que los cajones estaban cerrados con llave. Sin
embargo, tuve una idea. Lo sé todo, decía la nota que escribí, firmé y guardé
dentro del libro de Dostoyevski que tenía sobre la mesa. Aquello cambió mi
destino. Papá desistió del heredero y convenció a toda la familia de mis
grandes cualidades y dotes de mando, a pesar de no ser la mayor. A la mañana
siguiente, la cocinera había desaparecido y nos tuvimos que conformar con
desayunar las tortitas quemadas que nos hizo la ama de llaves.
Beatriz Díaz Rodríguez
Barberà del Vallès (Barcelona)
¿Nerón Acosta Martínez?
Sí, soy yo. Tras oír la terrible noticia, cuelgo el teléfono y salgo del trabajo precipitadamente, con el corazón de tambor saliéndose de mi pecho. Llego a casa, sorteo a los policías y corro hasta ella. Parece tan desvalida… Su pelo blanco está despeinado y multitud de gotas rojas jalonan el encaje de su anticuado camisón. La abrazo fuerte. Me dice entre llantos que oyó un ruido, que cogió el cuchillo que guarda en la mesilla cuando tengo turno de noche, que se hizo la dormida... Yo miro el bulto tapado con la sábana blanca. Sobresalen unos zapatos viejos y desparejados. El tipo procederá de los bajos fondos de la vida, tan corto de entendederas que fue incapaz de recordar, aunque se lo dije cien veces, que tuviera cuidado con la baldosa suelta.
Mar Horno García
Torredonjimeno (Jaén)
Cualquier grieta
Así las cosas, buscamos debajo de
las mesas de los restaurantes. A veces en los vagones de metro, cuando los de
seguridad desaparecen. Simulamos que se nos cae algo y todos de rodillas. Es
frecuente que alguien de la voz de alarma. Que diga que somos una familia
extraña, por mucho que llevemos corbata azul y nuestros modales sean
exquisitos. Que cierren sus piernas por si acaso el vicio entre los nuestros.
Que el camarero carraspee mientras estamos allá abajo. Pero nuestros hijos
continúan la misión. Progresan. Examinan al detalle el suelo asignado. No
siempre es fácil encontrar ese diminuto agujero negro que comunica con el
inframundo y la desgracia; menos aún taparlo bien. Que ya se sabe que los
demonios suelen aprovechar cualquier grieta. Y luego la culpa es nuestra, ya se
sabe.
Iván Humanes Bespín
Cornellà de Llobregat (Barcelona)
Por amor
Está preciosa cuando remueve la
tierra a mi lado. Desde que encontró aquel premolar nos hemos vuelto
inseparables, dice que le traigo suerte. El colmillo supuso un abrazo; la
muela, el primer beso. Nuestro vínculo se estrecha con cada hallazgo. Somos la envidia
del yacimiento arqueológico.
Pronto descubrirán que las piezas
no pertenecen a un hombre de Neandertal. Es probable que eso sea un desengaño
importante para ella y la comunidad científica. Soy consciente de que va a ser
un momento muy delicado. Tendré que apelar a su comprensión. Espero que
nuestras relaciones ya estén consolidadas entonces, los sentimientos se van a
poner a prueba.
Otra dificultad, cada vez más
perentoria, es la de reunir dinero. Tengo que pagar otra prótesis dental,
idéntica a la que me cedió el abuelo. «Por mi nieto lo que sea», dijo, pero el
pobre lleva semanas sin comer sólido.
Ángel Saiz Mora
Madrid